lunes, 23 de agosto de 2010

Sobre la literatura guerrerense


La literatura en Guerrero
Gustavo Martínez Castellanos
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Con este envío quiero responder a un par de lectores que me enviaron sus inquietudes con referencia a la postura de lo que en La Jornada Guerrero publicaron Citlali Guerrero y Roberto Ramírez, para lo cual hicieron llegar sus textos a mi bandeja de entrada.
A grosso modo los tres textos de Citlali giran en torno a sus tremendas dudas. Una de ellas es si existe una literatura guerrerense y para negarlo refiere las literaturas de Europa del este y del ciclo de la postguerra. Más tarde cita las literaturas chilena, colombiana y cubana y postula que “ni siquiera la Revolución mexicana fue capaz de convertirse en tema central de la literatura nacional”. Sin embargo después se percata de su extravío y reconoce: “es complicado hablar de literaturas nacionales”. Entonces empieza a dudar sobre cuál es la pregunta o el tema que está atendiendo; para salir al paso culpa a una abuela suya que “hablaba todo el tiempo de El conde de Montecristo”. Y después culpa a alguien más: a Iván Ángel quien a su vez culpó a los maestros rurales de la mala literatura que se hacía en Guerrero, aunque más tarde se desdice “es relativo culpar a los maestros rurales”. Desvaría un poco más hasta que arriba a otra duda ¿qué pasaba con la literatura en Acapulco?, ciudad importante con nexos con Oriente a través de la Nao que “hacía la mayor recaudación de impuestos para España”. Con lacerante estulticia remata: “¿por qué los pobladores de Acapulco no aprovecharon esta ventaja comercial con países asiáticos y europeos?, ¿acaso entre la mercancía que anualmente llegaba al puerto no venían libros?”
En la siguiente entrega cita a una escritora apellidada Mombelli que hizo un libro en el que relata la apatía de los nativos de Acapulco hacia la literatura y su necesidad de vivir de las riquezas que produce el puerto, antes con la Nao, ahora con el turismo. A todo eso Citlali lo bautiza como la tradición de la indolencia, cuya ruptura –parafraseando a Paz- empezó en 1990, cuando coincidieron en la Escuela Superior de Ciencias Sociales de la UAG unos chavos “que curiosamente no eran nativos de Acapulco”.
En la tercera entrega cuestiona que una literatura guerrerense tenga que tocar temas como la Guerra Sucia porque considera que esos “chavos” –entre los que se encuentra ella- no participaron de esa etapa acaecida hace cuarenta años. Y finaliza alabando a su grupo de amigos de “fuera”: “Pienso que los escritores actuales de Guerrero, están cumpliendo con la producción artística, ganan premios literarios, han publicado fuera del estado, en revistas especializadas de literatura, algunos son referentes de la literatura joven del país, han obtenido estímulos, realizan eventos literarios, insisto están cumpliendo.”
Roberto Ramírez le indica que es necesario tratar el tema de la Guerra Sucia porque es importante para el entendimiento de la historia del estado y con ello se acerca a lo que podría ser una respuesta a las tremendas dudas de Citlali pero no es suficiente. Por eso, y como nadie más lo ha hecho –menos su marido- intentaré resolverle las dudas en este texto.
Citlali debería saber que todo lo que se escribe en Guerrero da forma a la literatura guerrerense, eso incluye los poemas de nuestros maestros rurales y los de los bardos que “se enquistaron en el sistema”. La respuesta viene en su texto: las literaturas de Europa y Europa del este, la cubana, la chilena, la colombiana y la de la revolución mexicana, lo son de los gentilicios que cita, por la sencilla razón de que son emitidas desde ahí y tratan temas locales con parámetros universales. No pueden ser de otros lados.
Citlali ignora –porque quiere- que en Acapulco y en Guerrero no hay instituciones de Arte y Cultura como los hay en otras latitudes. Nuestro estado se formó con la segregación de tres grandes zonas político económicas y culturales bien definidas: Michoacán, el Estado de México y Puebla (hay quienes incluyen a Oaxaca), estas zonas tenían centros educativos y culturales desde los inicios de la Colonia. El actual estado de Guerrero era su periferia y por ello no erigieron ni seminarios aquí, salvo el de Chilapa que fue, durante algún tiempo, la “Atenas del sur”. Citlali no se da cuenta de que en su texto responde al porqué de esa carencia: éramos un puerto de paso que recibía impuestos para España, nada quedaba aquí. Ni gente. Y en la segunda mitad del siglo XX Acapulco fue erigido –sin consultar a los “nativos”- como centro de diversiones. Insisto: los nuevos dueños (también venidos de fuera) no dotaron a la ciudad de institutos de análisis e investigación. Citlali señala a 1990 como la fecha de inicio de la ruptura contra la indolencia de los “nativos”. Y al decir esto no mide ni las consecuencias de su propia indolencia, ni las de su ignorancia ni las de su estulticia porque hacia 1990 la Guerra Sucia empezaba a amainar. Había menos represión. Citlali ignora –porque quiere- la existencia de los cementerios clandestinos, de las ergástulas del Tanque, del casco del hotel Papagayo y de otros puntos urbanos que el gobierno de Figueroa Figueroa usaba para reprimir. Citlali ignora sobre los centenares de estudiantes, líderes campesinos y obreros desaparecidos y muertos también en el sexenio de Ruiz Massieu. Cuando ella llega a Acapulco no percibe una ciudad que apenas se recupera de sus heridas en medio del caos de cada temporada turística, tratando de definirse sin detener su crecimiento ni dejar de enfrentar otros terribles problemas. En el colmo de sus desvaríos ignora que Acapulco es una ciudad con menos de 50 años de existencia. Habla de “nativos” y de los de “afuera” y no se percata de que ella, como muchos otros, vino a estudiar a aquí porque en su lugar de origen no había escuelas de nivel superior. Dice que sus maestros también llegaron de fuera y tampoco se percata de que sus maestros hallaron aquí empleo, hogar y servicios que los nativos erigimos sin negarle nada a nadie. Ni a su marido que viene de un estado “donde sí hay una gran tradición poética”. La ignorancia de Citlali, de su esposo y de su grupo de “chavos de fuera” sobre la historia de Guerrero y de Acapulco es insultante. Por ello sus dudas sobre la literatura guerrerense giran en torno a la nao de China, el turismo, los maestros rurales y el particular espíritu sagrario que priva en su grupito: “ustedes nativos indolentes, nosotros los de afuera, indispensables”. En esa tónica está Ramírez Bravo quien se preocupa por la Guerra Sucia cuando a Acapulco y al Estado debe tratárseles desde todos los ángulos de investigación y en todos sus periodos. Ambos, con sus posturas individualistas abonan la raíz de la pobreza intelectual que nos aqueja. Por ello insisto en el llamado a que utilicen los recursos del pueblo para analizar los problemas de la comunidad, no para que organicen sus tours turísticos de escritores venidos de “fuera” (como ellos), porque aparte de denotar un incurable egoísmo envían señales de desprecio contra Acapulco -y lo que significa- y los acapulqueños. Aún con eso debemos reconocer que esos textos de Citlali y Ramírez son parte de la literatura guerrerense. Su vacuidad, su egocentrismo, la ignorancia que acusan, la pobreza de espíritu que denotan son las características que le dan a nuestra literatura: ganar premios, publicar fuera, Nunca, luchar por un estado mejor en el que los jóvenes no tengan que abandonar –como ellos- sus comunidades. En donde no sólo haya escritores y artistas sino también investigadores.
Ante lo que son ¿qué debemos hacer los “nativos”? Nada. La nuestra es una ciudad de paso y lo sabemos. Algún día también ellos se irán, como todos los que vienen se enriquecen y después se retiran a disfrutar sus ganancias en otra parte. La erección de una cultura local en todas sus expresiones es tarea de los “nativos”; de quienes nacimos aquí, nos sabemos parte de esta ciudad y la amamos porque la conocemos y la entendemos. Esa construcción es lenta pero paso a paso la estamos concretando, los de casa. Nosotros, los “nativos”. Servidos.
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La literatura en Guerrero II
Gustavo Martínez Castellanos
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Con referencia a la anterior entrega con este titulo quedaron algunos puntos referentes a los textos de Citlali Guerrero, publicados por La Jornada que quisiera tratar en este envío. Uno de ellos es que esos textos no sólo se circunscriben a la presentación de las dudas de la autora y la entusiasta exposición de su estulticia. En ellos, aparte de su desprecio a los “nativos” acapulqueños Citali se entrega a sí misma un reconocimiento: “Nosotros, los ‘chavos’ somos los inventores de la literatura en Guerrero. Antes de mi esposo y yo, la nada”. Y es de notar que con esa visión Citlali no sólo se equivoca, también entrega algo peor: exhibe su ambición por el poder. Citlali ignora que desde antes de los ‘chavos’ que comanda –y de los maestros que los formaron-, la literatura en Guerrero no ha dejado de manifestarse. Citlali se centra en la execración de los poetas, tanto de los rurales como de los que “se enquistaron en el sistema”; pero olvida a los narradores y a los investigadores cuya literatura era un reflejo del atraso en que Guerrero se encontraba debido a la profunda e interminable guerra que libraba –y libra- consigo mismo. No me refiero a la Guerra Sucia que es un periodo en que esa confrontación regional tuvo momentos álgidos sino a la que desde el México independiente se ha dado en suelo guerrerense (con algunas variantes pero similar a la de otros puntos de México y de Latinoamérica).
Las guerras de independencia si bien nos liberaron del yugo español dejaron el territorio libre a los caudillos. Algunos, émulos de las guerras santas del Islam, herencia netamente española. Hombres de horca y cuchillo a los que por tradición indígena (e hispana, porque ellos trajeron el nombre del Caribe) fueron llamados caciques. Al cabo de la segunda mitad del siglo XIX Juárez y el puñado de gigantes que lo secundaron hicieron alianzas con estos poderosos hombres regionales; primero para inclinarlos al liberalismo y después para expulsar a los franceses. Su nacionalismo fue varios nacionalismos, porque era regional; a diferencia del de los centros urbanos en donde las clases acomodadas inclusive dieron hospedaje a los soldados extranjeros. Cima de esa suma de caciques a los que la historia ha intentado extirpar de sus páginas surge la imagen de Juan Álvarez, el cacique bueno, (o el buen cacique) que, inclusive, llegó a ser presidente del país. Si Oaxaca se siente orgullosa de ser la cuna del primer indio presidente constitucional de un país latinoamericano; Guerrero, por lo contrario, no se ha sentido muy orgulloso de ser la cuna del primer –y único- cacique que ha llegado a la presidencia de la república. La tradición de Juárez murió con él. La de Álvarez, no. Seguimos siendo un pueblo que admite adalides, hombres “fuertes”. Caciques. Álvarez era un hombre de su tiempo. La leyenda lo encubre desde la independencia. Su arrojo fue decisivo para el triunfo de la república. Su inteligencia originó un espacio geofísico y cultural. Dejó un modelo político que funcionó bien mientras los liberarles juaristas –los que quedaron de la purga posterior- pudieron sostenerse en el poder. Después, Díaz, ya en la presidencia, los combatió y los sometió. Al abrir las puertas al “orden y progreso”, fue acorralándolos. Ello explica por qué en 1893 Canuto Neri y después, en 1901, Rafael del Castillo, se levantaron en armas contra Díaz cuando impuso otro gobernador. Aún así el orden caciquil se había amoldado al porfirismo: vinos nuevos en viejo odres. La distancia, nuestra accidentad geografía, la carencia de institutos de altos estudios (inclusive los que la Iglesia había erigido en otros puntos) y la apertura de nuevas rutas comerciales durante la etapa de expansionismo norteamericano dejaron intacto nuestro rostro regional. Contra eso Juan R. Escudero se inclinó por la libre competencia y el moderno –y eficaz- sistema económico que observó en California mientras estudiaba allí administración de empresas. Cuando quiso implantarlo en suelo guerrerense, el caciquismo local, ahora en manos de familias españolas, se lo impidió. Lo mataron. También a Vidales. Y a todos aquellos que no admitieron que la revolución había terminado y que continuaban luchando con otra visión para sus regiones.
El PRI adoptó al caciquismo como sistema de gobierno en Guerrero: inamovible, patriarcal, feudalista. Ante el pesado aparato de lealtades y compadrazgos que ese sistema secular usaba como medio de control social, la modernidad llegó a Guerrero y con ella los adelantos tecnológicos. Acapulco descollaba como el centro turístico nacional. Surgió más prensa. Novísimas instituciones. No es gratuito que el estallido de la guerrilla en Guerrero se diera al momento en que otros visionarios implantaran aquí la universidad. Por fin una escuela de estudios superiores. El gobierno quiso imponerle su control. Por eso tampoco es gratuito que los principales caudillos contra esas imposiciones hayan sido maestros rurales, sí. Y egresados de Ayotzinapa. Ellos iniciaron otro momento culminante de aquella lucha contra las formas más inhumanas del caciquismo durante los sesentas y setentas. Acapulco se llenaba de gente de todas partes y a nadie se le ocurrió erigir una escuela de artes y oficios. O tal vez sí, pero el gobierno no tenía interés en darnos instituciones para pensar; necesitaba meseros, camareras, cajeros y prostitutas en la costera. O en la zona roja. En donde sea, para que los turistas dejaran aquí sus dólares a cambio de todo el placer que pudieran obtener. ¿En qué momento alguien podía haber pensado en la poesía?, ¿en una literatura que intentara aunque fuera en su forma semejar a las propuestas universales?, ¿cómo? En Acapulco, Chilpancingo, Iguala, Altamirano y otros centros “urbanos” estatales, había miedo. La guerrilla secuestraba y ajusticiaba a personajes representativos del poder. El gobierno respondía desquitándose con el pueblo. Había razzias, detenciones, tortura. La UAG estaba abandonada. El gobierno le quitó los recursos económicos, la rodeó de policías y espías. La prensa palaciega satanizaba a quienes disentían y desplegaba planas a colores de la socialité en la que sobresalían nobles europeos. (Quizá ellos sí pensaban en la poesía. Tenían todo). En respuesta, surgieron periódicos clandestinos, panfletos, desplegados, pintas y mantas en todo el territorio señalando su rechazo a estos gobiernos represores. Esa era nuestra literatura y la de los maestros rurales y la de los pocos escritores que también escribían sobre temas rurales, (vienen a mi mente La Barbasca y Debe amanecer). Pero también había libros que alababan al poder, Armando Pedraza hizo muchos y hoy son documentos que cualquier estudioso serio de nuestra literatura regional tiene que tomar en cuenta. No había premios, ni becas, ni revistas especializadas. En Guerrero había represión, muerte. La miseria extrema al lado de la opulencia palaciega de los hoteles y las residencias de lujo neoclásico, deudor directo de la pagana Roma. Largos convoyes del ejército custodiaban el “orden y el progreso”.
Cuando Citlali y su esposo llegan a Acapulco CONACULTA ya ha sido formada y opera a todo lo que da. Hay, por todas partes, concursos y talleres. Se puede decir que es un momento cultural coyuntural. La mesa estaba puesta. El PRD iba a la alza. Y todo mundo olvidó a los maestros rurales que lucharon por eso y por más. Pero también hay quien no olvida sino que execra a esos maestros y desprecian la historia de su estado. Su centenaria lucha, inclusive contra el arielismo: no, en Guerrero la pugna no es entre “civilización” y “barbarie” –creo que en ningún lado lo es-; es entre el ser ante la historia y la Historia. Pero ese tema es tan profundo como éste y hay que analizarlo con otra perspectiva, sólo quiero adelantar que nuestro actual territorio –que posiblemente fue cuna de las civilizaciones olmeca y teotihuacana-, se encontraba vacío al arribo de los españoles. Sus repúblicas de indios eran tan pequeñas que no se levantaron ciudades, ni industrias que merecieran conventos, ni institutos de educación superior –como en Michoacán, Estado de México, Puebla y Oaxaca-. Y después de la Independencia, la Reforma, el Segundo Imperio y la Revolución volvimos a quedar aislados (es curioso pero cierto: el único periodo en que estuvimos conectados al centro del país –aunque fuera una vez al año- fue la Colonia), por eso, al arribo de la modernidad, Acapulco y Taxco se encontraban como esos mundos perdidos de ciertas literaturas fantásticas: intocados. Pero nada de eso lo pedimos nosotros. Eso nos tocó. Esa es nuestra historia. Ignorarlo o negarlo es negarnos.
Y tan lo es, que ahora, después de todo ese devenir, en un momento también coyuntural una pareja de arribistas intenta levantar un nuevo cacicazgo. Uno cultural que les reporte tanto poder político cultural como económico. El reconocimiento que Citlali se entrega a si misma y que no pudo ocultar en sus textos tiene como fin decirle al mundo que si alguien merece todos los recursos para el área de la cultura en Guerrero es ella.
Pero no sólo sus textos dicen eso, también su praxis: frenética, hiperactiva, con un fuego abrasador interno que le ha levantado una leyenda negrísima, va de funcionario en funcionario y de gobierno en gobierno pidiendo y ofreciendo. Levantando sus castillos de fuego de artificio, iluminando el rostro ambicioso de los políticos modernos que saben del poder de seducción que los grandes espectáculos ejercen en la masa: el circo romano.
Así, sin revisar ni la historia, ni los recursos de las regiones ha convencido a diversos gobiernos de erigir ferias y fiestas y encuentros y aparatosos eventos en los que las socialité regionales –otra vez- se reúnan a lucir sus nuevas joyas y prendas y el pueblo mire desde afuera con el rostro encajado en las herrerías de las vallas de protección.
Algunas de sus delirantes ideas han sido, en Acapulco, el inútil centro de las Artes, el ostentoso festival de la nao y los insultantes encuentros de su esposo Jeremías y su amigo Toño Salinas. Chispazos cargados de espectacularidad en que artistas e intelectuales son exhibidos en su quehacer creativo o analítico unos días y sólo ellos se entienden porque el pueblo carece de instrucción al respecto. Mucho dinero, prensa complaciente. Brindis y charlas de altura en restaurantes ad hoc. Después de eso los grandes artistas se van a lo suyo y los que empiezan, prohijados por esta voraz pareja, esperan la próxima invitación para volver a ser usados como telón fondo. ¿Y el pueblo?
Parte de este esquema -que con otros fines se encuentra signado en los reglamentos de las instituciones de apoyo a la cultura- está siendo utilizado no para generar investigación, creación y exhibición de la obra local y, para que a la larga, Guerrero progrese; sino para que el dinero y el poder político cultural recaigan en esta pareja. La emisión de ese reconocimiento a sí misma; la cita “los muchachos están cumpliendo, ganan premios, escriben fuera” no es el justificante del trabajo realizado, es la constatación del temor a una crítica ajena y de otro nivel a todo lo que hacen con el dinero del pueblo. O una forma de adelantar que un cacicazgo así, aún burriciego y ladino, sería correcto.
Esa es nuestra historia. Los escritores que invitan no la conocen. Y es posible que nunca la conozcan si las instituciones, la prensa, los políticos voraces y los funcionarios corruptos continúan apoyando este esquema vergonzante y espurio.
Es urgente erigir instituciones de investigación, análisis y enseñanza de arte y cultura en Acapulco y en todo Guerrero. Instituciones libres, no bajo la férula de la universidad que hoy es el epítome del caos. La literatura en Guerrero no es nueva; los caciques la han mantenido envejecida. Maniatada. Escupida. Es trabajo de los “nativos” liberarla. Y en eso estamos.
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gustavomcastellanos@gmail.com

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