lunes, 23 de agosto de 2010

Guerra sucia y literatura en Guerrero

Guerra sucia y literatura
Roberto Ramírez Bravo
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En el Tercer Encuentro de Jóvenes Escritores que se desarrolló en Acapulco el mes pasado, una mesa de discusión sobre la literatura guerrerense trajo a cuento una serie de reflexiones sobre las cuales podría seguirse discutiendo durante un buen rato.
En particular, me he de referir a un asunto que ahí se tocó, porque parece ineludible referente: la llamada guerra sucia dentro de la literatura guerrerense. Quédense los que saben, a discutir si ésta última existe o no.
Pero abordemos el asunto de la guerra sucia. Dijo ese día –y se publicó en La Jornada Guerrero, ya el texto íntegro- la poeta Citlali Guerrero lo siguiente: “Pienso que sería un absurdo, por ejemplo, pretender que a 40 años de la guerra sucia en Guerrero, surja un literatura local preocupada por un hecho histórico del que no fuimos partícipes, a excepción del caso particular de Jesús Bartolo Bello, quien es una de las víctimas de esa época”.
No es la única persona que ha asumido tal postura. Se le cita sólo porque es la que está a la mano y, también, por la influencia que sin duda Citlali ha de tener entre los jóvenes escritores.
Hablemos, pues, de la guerra sucia. ¿Qué debemos entender por tal? Se llamó así a la lucha contrainsurgente que el Estado mexicano desató contra los movimientos guerrilleros que tuvieron su auge a finales de la década del sesenta y a mediados de la década del setenta. No sólo en Guerrero, aunque aquí haya sido más cruenta porque hubo pueblos arrasados, sitiados completamente, y hay más de 600 desaparecidos que aún son buscados por sus familiares.
¿Es un hecho histórico del que no fuimos partícipes, a excepción del caso particular de Jesús Bartolo Bello, quien es una de las víctimas de esa época? Por supuesto que esta es una premisa falsa. En primer lugar, hace 40 años comenzó, pero no ha terminado. Basta con echar un vistazo a los periódicos actuales: movimientos guerrilleros vigentes, comunidades sitiadas por el ejército (Las Ollas, La Morena, Ayutla), abusos militares (véanse los casos de Inés Fernández y Valentina Rosendo, violadas por soldados, que se ventilan en la Corte Interamericana de Derechos Humanos), asesinatos (en 2003, Miguel Angel Mesino, a quien se ha pretendido vincular con movimientos armados; en 2009, Raúl Lucas y Manuel Ponce), y desde luego, matanzas esporádicas pero letales: Aguas Blancas en 1995, El Charco en 1998; Barranca de Guadalupe en 2003, donde una familia mepha fue asesinada en un paraje.
Si todos estos hechos recientes no fueran suficientes, habría que acotar que entre 1972 y 1974 ocurrió el acontecimiento más traumático de la historia reciente de Guerrero y del país, con la desaparición de más de 600 personas, muchos de ellos estudiantes de la UAG, unos activistas, otros guerrilleros y muchos, civiles comunes.
¿Debe la literatura recoger esos hechos, o ya pasaron de moda?
La Iliada y La Odisea, por ejemplo, se escribieron tres o cuatro siglos después de los hechos que narran; Carlos Montemayor publicó Las armas al alba, en 2003 y La fuga en 2007, ambas novelas en alusión al asalto al cuartel de Ciudad Madera en 1965; Gabriel García Márquez publicó El general en su laberinto en 1989, con lo que retomaba los últimos días de Simón Bolívar, muerto en 1830.
No parece, pues, la temporalidad, un asunto para definir la vigencia de un tema dentro de la literatura. Más bien habría que pensar en si el hecho histórico de referencia ha dejado o no una huella, y si esa huella merece ser explorada.
En realidad, la guerra sucia en Guerrero es un tema que podría decirse casi virgen, pese a la novela de Montemayor, Guerra en el paraíso, y a otros libros, y tan sigue llamando la atención, que por ejemplo, este año se publicó El general sin memoria, de Juan Veledíaz, pero aun hay mucho qué contar. ¿Qué hay con los 600 desaparecidos? ¿Qué, de su experiencia, de su lucha, del terror a la muerte o al suplicio? ¿Y los guerrilleros, estaban o no estaban ahí? ¿Dónde están Rubén Figueroa Figueroa o Rubén Figueroa Alcocer como personajes novelados? ¿Dónde están las historias de amor, de esperanza o de amargura de los sobrevivientes, de los que aún andan en las cárceles buscando a sus hijos y que tienen fe en encontrarlos porque si ellos están vivo, con mayor razón podrían estarlo sus vástagos, que eran más jóvenes al momento de su detención?
La guerra sucia debería ser un tema para verlo desde el teatro, la novela, el cuento, la poesía, la pintura, la música. A contrapelo de quienes piensan que es asunto pasado de moda, y que incumbe sólo a Jesús Bartolo, hay jóvenes que están descubriendo esa veta, como el artista plástico Luis Vargas Santacruz, quien acaba de montar su exposición Aicus Arreug con ese tema.
En lo que se ha de coincidir, es en que la creación literaria debe ser tal: no tiene por qué ser panfletaria ni de mala calidad, pero lo que no esté en ese supuesto, no está en esta reflexión.
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