miércoles, 14 de julio de 2010

Una nota sobre la poesía guerrerense

La poesía en Guerrero, consideraciones inevitables
Eduardo Añorve Zapata
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No creo que exista una poesía guerrerense. Ni siquiera que exista un grupo o un mo-vimiento guerrerense haciendo poesía, un movi-miento estético o artístico; cuando menos, no conscientemente. Lo que caracteriza a la poesía que está haciéndose en Guerrero, aparte de que cada poeta crea en solitario, como sujeto y objeto líricos, son sus dos vertientes: la conservadora, heredera más que del romanticismo europeo, del moder-nismo nuestro, y la de ruptura, reciente, que data de principios de los ochenta y se carac-teriza por una actitud crítica y de rechazo ante la primera y ante todo lo que huela a estructuras métricas y fonéticas (incluso sin conocerlas). Me refiero únicamente a la poesía visible, la que se publica, no a la desconocida; por tanto, mis juicios son limi-tados, pues se remiten únicamente a ella. He de referirme, además, a la poesía hecha por quienes viven en el estado, sin importar su origen, aunque de vez en cuando salgan a ver mundo o a darse otros aires.
El gran cuerpo de la poesía que se hace en Guerrero es de corte tradicional y deforme, unificado tal vez por un cierto sentimentalismo llorón que me repugna y una obsesión por describir paisajes cuasi bucólicos. Antes de continuar, establezco un principio: no he de referirme a cuestión de gustos ni acogerme a más definición que la extensa: poesía es todo discurso o texto escrito que se pretenda que lo sea, con independencia de la obra conseguida y de la poética que la sustente, con independencia incluso de los recursos y argucias literarias utilizadas. Parto de una idea: se escribe porque se escribe, y ya; lo demás es superfluo, incluidas mis repugnancias. Transcribo algunas palabras de Calixta Brand, con permiso de Fuentes, sobre el tema: La literatura es testigo de sí misma. Todo puede ser objeto de la escritura, porque todo puede ser objeto de la imaginación. Pero sólo cuando es fiel a sí misma la literatura logra comunicar. Es decir, une su propia imaginación a la del lector. A veces eso toma mucho tiempo. A veces es inmediato. Hasta aquí la Brand. Unirse la imaginación del poeta con la del lector.
En contrapartida y en franca contradicción, la poesía de ruptura en Guerrero tiene cuerpo pequeño, es enana y contrahecha, carece de armonía en sus irregulares partes. Anoto algunos nombres que la componen, según preferencia propia, claro está, y con omisiones deliberadas: Noé Blancas, Jeremías Marquines, Carlos F. Ortiz, Ulber Sánchez, Bartolo Bello, Víctor Trigo y Erik Escobedo. Anoto los nombres que conozco y cuyas poesías he leído de vez en cuando. Todos ellos comparten dos actitudes: la ruptura con la poética tradicional, heredera y remedona del peor modernismo –mexicano, ni siquiera de América– y la consciencia de esa ruptura, que los lleva a una búsqueda por no parecerse a nadie, aunque no se deje de imitar a algún poeta admirado, de manera auténtica y honesta. La diferencia entre ellos la han hecho las horas nalga, el tiempo invertido en estar frente a un texto, para leer a los más distintos poetas –incluidos los cuates y los enemigos–, y en estar frente a una hoja en blanco para hacerla parir las suficientes palabras, y a veces excesivas, del poema. Y esta actitud frente al texto o a la hoja en blanco habrá sido aderezada con talento, el cual enseña que una de las características de la crítica es saber remendar, borrar, tachar o corregir y hasta bordar con punto de cruz, como cada quien estile. Iba a escribir que también los diferencia de los tradicionales el uso de la palabra poesía aplicada al género y no al poema, como estilan los iconocastrados, pero no estoy seguro de que ocurra así. En fin.
Hay casos ambiguos, de entes anfibios, quienes, como Isaías Alanís, tienen un pie en cada zona y escriben atendiendo a ambas al mismo tiempo; por ello, su poesía aparece como desproporcionada u oportunista al no conseguir equilibrar ambas antípodas. Bien, nadie puede estar bien con Dios y con el Diablo a un tiempo.
Lo auténtico para cada lector es distinto; por ello, en un estado de malos o escasos lectores de poesía, la poesía tradicional tiene un gran arraigo, sobre todo porque suele declamarse, lo que acrecienta su capacidad para involucrar al escucha a través de las formas rítmicas, y sus imágenes y sus recursos son de sobra conocidos, pues se basan en tópicos muy viejos, lo que les permite hacer eco en la sensibilidad del lector: unirse la imaginación del poeta con la del lector, casi de manera inmediata, de ahí su éxito.
En contraste, la poesía de ruptura en Guerrero es escasa y también lo son sus lectores, es, incluso, marginal. No sólo porque apela a estratos de la sensibilidad y la ima-ginación más inusuales, exigiendo mayor concentración, esfuerzo y participación del lector, sino porque se publica también escasamente, en medios de comunicación y circulación casi clandestinos o reservados a grupos muy reducidos, casi de amigos.
En suma, no solamente no puede hablarse de poesía guerrerense, sino que los poetas rupturistas, quienes arriesgan y posiblemente estén contribuyendo a que algún día pueda hablarse de ella, no conforman siquiera un grupo literario o estético, tal vez ni siquiera una comunidad. Lo alentador es que existen, a pesar de ellos mismos.
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