Dos caminos: leerla y releerla
Roberto Carlos Rosas
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La novela Dos caminos, escrita por Paul Medrano (Tamaulipas, 1977), es un ejemplo de que la brevedad no está peleada con el contenido. Construida con contundencia en su relato, imágenes y lenguaje, es la apuesta de la literatura guerrerense en el género negro.
Nacido en uno de los estados más castigados por el narcotráfico, y criado en otro en donde este flagelo social sienta sus reales, el autor narra la historia de Miranda y Dakota, un narcotraficante de los viejos –en una actividad en la que no es frecuente hallar líderes que rebasen los 40 años– y su enamorada, cuyos caminos se cruzan cuando ella está en uno de los peores momentos de su vida y él busca el retiro.
Bien se dice que cuando uno se mete al tráfico de sustancias prohibidas es para nunca más salir, excepto a la cárcel o al panteón. Miranda quiere romper con esta premisa. Quiere que haya más de dos caminos.
Fiel a sus héroes literarios, que prefieren decir mucho con poco, Medrano cuenta la historia con la velocidad de las balas. Sus párrafos zumban con la misma peligrosidad. No por nada esta novela fue finalista en el reality Caza de letras, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México, y ahora ve la luz en una edición de Punto de partida.
Con su texto, a veces con el estilo del guión de cine, otras reportaje periodístico, con insertos crípticos y poéticos, pero definitivamente, siempre literatura, Medrano nos lleva por las carreteras del país a bordo del Charger de Miranda, que sería parecido a viajar montados en la carroza metálica de Dios.
La suntuosidad con la que viven las personas dedicadas al narco es parte de la cultura que se ha generado en torno al fenómeno. En Dos Caminos esto es esencial para describir a personajes como La Muñeca, cuya capacidad de violencia sólo es equiparable a la deliciosa gastronomía que acostumbra engullir, su generosa bestialidad e impecable vestimenta. Es como un dandy infernal, mezcla de la elegancia de Mauricio Garcés y la brutalidad de Tony Scarface Montana.
En la obra se describe con soltura cómo se ramifica el poder del narcotráfico hacia áreas que aparentemente le son contrarias, como el gobierno, la política, el Ejército y la policía, a la vez que encuentra medios para crear un mito de sí mismo, con la parafernalia propia de la actividad, como las camionetas de lujo y los sombreros. Se dice en el libro, y se verifica en la realidad, cómo ahora vemos un vehículo caro y nos hacemos a un lado; cedemos el paso con precaución porque a bordo quizás vaya algún sicario de los nuevos: más jóvenes, violentos y atroces, decididos a morir por algo que vivir por nada.
Las duras negociaciones entre cárteles, cómo se dan las luchas por su restructuración, las venganzas, los ajustes de cuentas, salpican de sangre las páginas de Dos Caminos. Definitivamente, no es una lectura apta para estómagos débiles, pero esto no apaga su buen trato del tema, que dicho sea de paso, no admite florituras.
Sin embargo, será fácil para los lectores encontrar en Dos Caminos episodios ocurridos en nuestro estado del tan incesante como inútil “combate al narcotráfico”, difundidos ampliamente en todos los medios. Pero también será sencillo identificarse con el ánimo de Miranda, con sus pasiones, su necesidad de estar consigo mismo y amar. Sí, hasta la peor persona es capaz de amar. Aunque su novia sea la muerte.
Dos Caminos se presenta hoy jueves en de las actividades del Tercer Encuentro de Jóvenes Escritores –que se desarrollará en Acapulco hasta el sábado 17– a las 8 de la noche en la Casona de Juárez.
A todo esto… Pinche Miranda, ¿quién quiere morir de viejo? n
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