El siguiente trabajo fue publicado en LA JORNADA GUERRERO, entre el 03 y el 07 de mayo de 2010:
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Apuntes hacia una historia de la literatura guerrerense
Judith Solís Téllez
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I
Sin duda tratar la temática de la literatura regional es un riesgo. Es más fácil seguir la corriente y escribir sobre los autores canónicos, los ya reconocidos. Apostar a darle seguimiento a lo que se ha escrito y se está escribiendo en las letras de Guerrero conlleva una serie de dificultades. Empezando por someter a revisión el prejuicio de que la literatura de estos lares no tiene el mismo valor que la que se escribe en la ciudad de México, la cual, valga decirlo, si llega a tener el carácter de nacional, además de obviar el centralismo del país se debe a la confluencia de escritores que llegan de todos los rincones y se dan a conocer ahí. Para comprobarlo sólo habría de hacer un seguimiento de los lugares de nacimiento y de preparación de los escritores famosos.
Y aunque parezca que se mete uno en camisa de once varas, tal vez valga la pena el intento. No sólo por el valor histórico, sino por descubrir a aquellos creadores que por voluntad propia residen aquí, aunque pudieran estar en otra parte o a los que no han tenido la oportunidad de irse, pero eso no les ha impedido adquirir una formación que los ha llevado a participar en lecturas rigurosas a solas o compartidas con compañeros de generación y/o en talleres literarios, pues, ¿de qué otra manera se forma la autocrítica? O analizar a los que de plano se fueron, y está bien que se hayan ido, todos tenemos derecho a emigrar. ¿Podemos considerar autores guerrerenses a los que han escrito sobre nuestro estado? A lo mejor tendrían más derecho que los que escriban desde aquí, pero no traten de Guerrero en su obra y, ¿eso importa? Lo esencial es escribir literatura y ya. Sin embargo, valdría la pena tener el conocimiento de autores que han escrito sobre Guerrero, entre los cuales podemos mencionar a Ricardo Garibay y a Helena Garro. Tampoco podemos atenernos a clasificaciones rigurosas sobre géneros literarios porque pueden ser obsoletas, aunque sigan teniendo validez. ¿Cuáles podrían ser los criterios a seguir?
Algunos esfuerzos aislados se asoman por organizar la historia de la literatura guerrerense. José Gómez Sandoval ha publicado dos antologías de poetas guerrerenses (Yo vengo de una tierra cubierta de montañas. Poesía guerrerense de Altamirano a Vilela, 1997 y Ríos interiores. Poesía guerrerense contemporánea, gobierno del estado de Guerrero, 1999) y ha escrito variados artículos sobre las letras surianas, además de ser él mismo un narrador talentoso. En la columna Apuntes de un viejo lépero que aparecía en el periódico El Sur, Jeremías Marquínez tundió duro y bonito a varios autores que están publicando, aunque sin el rigor crítico ecuánime necesario para valorar los aportes y las limitantes. Roberto Ramírez Bravo ha escrito en la revista Controversia, durante los años 2003 al 2005, sobre la nueva literatura guerrerense; algunos artículos suyos se han publicado más recientemente en el periódico La Jornada Guerrero. Roberto Ramírez piensa que es necesario conocer la vieja literatura guerrerense.
Hay que mencionar la importante labor que tuvo la revista Amate (en sus últimas ediciones apareció como Hojas de Amate) en la difusión de los escritores de por acá, quienes publicaban a la par de escritores reconocidos. Otro de los esfuerzos destacados en promover las letras guerrerenses es el de la revista Atrás de la raya del colectivo La tarántula dormida. La revista Reevolución de Iguala también participa en la difusión. En la sección Álbum de letras de Cronos, editada por el ayuntamiento de Atoyac y PACMYC, han aparecido notas biográficas de escritores, cuentos y reseñas. Aunque los periódicos de vez en vez ayudan, sería deseable que incluyeran un suplemento literario. De los pocos que aparecen están La Caja de Pandora del periódico Vértice y algunas páginas del semanario Trinchera.
Las becas del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes que se regularizaron a partir de 2004 contribuyen al impulso de creadores.
Por parte de la Licenciatura en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Autónoma de Guerrero se han escrito algunas tesis al respecto. Entre ellas sobre la novela guerrerense del siglo 20, sobre Juan García Jiménez, un escritor de la Costa Chica, y sobre Juan Sánchez Andraka.
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/03/index.php?section=opinion&article=010a1cul
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Apuntes hacia una historia de la literatura guerrerense
Judith Solís Téllez
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I
Sin duda tratar la temática de la literatura regional es un riesgo. Es más fácil seguir la corriente y escribir sobre los autores canónicos, los ya reconocidos. Apostar a darle seguimiento a lo que se ha escrito y se está escribiendo en las letras de Guerrero conlleva una serie de dificultades. Empezando por someter a revisión el prejuicio de que la literatura de estos lares no tiene el mismo valor que la que se escribe en la ciudad de México, la cual, valga decirlo, si llega a tener el carácter de nacional, además de obviar el centralismo del país se debe a la confluencia de escritores que llegan de todos los rincones y se dan a conocer ahí. Para comprobarlo sólo habría de hacer un seguimiento de los lugares de nacimiento y de preparación de los escritores famosos.
Y aunque parezca que se mete uno en camisa de once varas, tal vez valga la pena el intento. No sólo por el valor histórico, sino por descubrir a aquellos creadores que por voluntad propia residen aquí, aunque pudieran estar en otra parte o a los que no han tenido la oportunidad de irse, pero eso no les ha impedido adquirir una formación que los ha llevado a participar en lecturas rigurosas a solas o compartidas con compañeros de generación y/o en talleres literarios, pues, ¿de qué otra manera se forma la autocrítica? O analizar a los que de plano se fueron, y está bien que se hayan ido, todos tenemos derecho a emigrar. ¿Podemos considerar autores guerrerenses a los que han escrito sobre nuestro estado? A lo mejor tendrían más derecho que los que escriban desde aquí, pero no traten de Guerrero en su obra y, ¿eso importa? Lo esencial es escribir literatura y ya. Sin embargo, valdría la pena tener el conocimiento de autores que han escrito sobre Guerrero, entre los cuales podemos mencionar a Ricardo Garibay y a Helena Garro. Tampoco podemos atenernos a clasificaciones rigurosas sobre géneros literarios porque pueden ser obsoletas, aunque sigan teniendo validez. ¿Cuáles podrían ser los criterios a seguir?
Algunos esfuerzos aislados se asoman por organizar la historia de la literatura guerrerense. José Gómez Sandoval ha publicado dos antologías de poetas guerrerenses (Yo vengo de una tierra cubierta de montañas. Poesía guerrerense de Altamirano a Vilela, 1997 y Ríos interiores. Poesía guerrerense contemporánea, gobierno del estado de Guerrero, 1999) y ha escrito variados artículos sobre las letras surianas, además de ser él mismo un narrador talentoso. En la columna Apuntes de un viejo lépero que aparecía en el periódico El Sur, Jeremías Marquínez tundió duro y bonito a varios autores que están publicando, aunque sin el rigor crítico ecuánime necesario para valorar los aportes y las limitantes. Roberto Ramírez Bravo ha escrito en la revista Controversia, durante los años 2003 al 2005, sobre la nueva literatura guerrerense; algunos artículos suyos se han publicado más recientemente en el periódico La Jornada Guerrero. Roberto Ramírez piensa que es necesario conocer la vieja literatura guerrerense.
Hay que mencionar la importante labor que tuvo la revista Amate (en sus últimas ediciones apareció como Hojas de Amate) en la difusión de los escritores de por acá, quienes publicaban a la par de escritores reconocidos. Otro de los esfuerzos destacados en promover las letras guerrerenses es el de la revista Atrás de la raya del colectivo La tarántula dormida. La revista Reevolución de Iguala también participa en la difusión. En la sección Álbum de letras de Cronos, editada por el ayuntamiento de Atoyac y PACMYC, han aparecido notas biográficas de escritores, cuentos y reseñas. Aunque los periódicos de vez en vez ayudan, sería deseable que incluyeran un suplemento literario. De los pocos que aparecen están La Caja de Pandora del periódico Vértice y algunas páginas del semanario Trinchera.
Las becas del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes que se regularizaron a partir de 2004 contribuyen al impulso de creadores.
Por parte de la Licenciatura en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Autónoma de Guerrero se han escrito algunas tesis al respecto. Entre ellas sobre la novela guerrerense del siglo 20, sobre Juan García Jiménez, un escritor de la Costa Chica, y sobre Juan Sánchez Andraka.
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/03/index.php?section=opinion&article=010a1cul
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II
Uno de los grandes debates de las letras mexicanas en el que hace hincapié Emmanuel Carballo en sus Protagonistas de la literatura mexicana del siglo 20, es el del nacionalismo versus cosmopolitismo. Entre las tendencias actuales de escritores más o menos jóvenes está la de escribir sobre países europeos como si ellos mismos fueran de por allá (verbigracia, Jorge Volpi) y, ¿por qué no hacerlo? La cultura occidental es uno de nuestros patrimonios, ya lo ha dicho Bonfil Batalla, así como la cultura mesoamericana y podemos agregar la cultura africana, rota por el etnocidio al que fueron sometidos los afrodescendientes, además de la oriental…
En la poesía falta poner orden acerca de las corrientes literarias a la que se han adscrito nuestros poetas. Se dice que el romanticismo y el modernismo no han sido del todo erradicados en las voces poéticas. Herencia del romanticismo es nuestra lumbrera Ignacio Manuel Altamirano, quien domina un espacio aparentemente vacío por la falta de información y difusión. Nicole Girón, francesa de nacimiento, es la especialista sobre éste autor. No obstante, podemos encontrar en las tendencias actuales, innovaciones y aportes que sin duda enriquecen a las letras nacionales. Entre nuestros poetas destacan: Citlali Guerrero, Jesús Bartolo, Ángel Carlos Sánchez, Eduardo Añorve, Carlos F. Ortiz y Ulber Sánchez.
En cuanto al ensayo falta difundir las temáticas que son diversas. Indira Añorve Zapata escribe sobre literatura china y sobre Mario Vargas Llosa; María de los Ángeles Manzano estudia la poesía de Enriqueta Ochoa; Judith Damián revisa a Julio Sesto; Silvia Alarcón trata sobre mujeres que escribían en la época virreinal; Salomón Mariano está por concluir su tesis doctoral sobre César Vallejo; María Elena Espíritu ha estudiado a Celedonio Serrano y, como ya se ha mencionado, hay quienes reflexionan sobre las letras guerrerenses.
Un aporte de suma importancia es el libro Viajeros extranjeros en Guerrero (1999), de José Iturriaga de la Fuente, donde Guerrero es el protagonista de escritos de diversos géneros desde la época de la conquista hasta el siglo 20.
La narrativa mexicana se ha ocupado de las gestas nacionales. El tema de la revolución ha sido tratado por novelistas guerrerenses entre ellos: Alejandro Gómez Maganda en Tinieblas en el mar (1944), Costa de fuego (1945) y en Un pájaro canta en lo alto (1960).
María Luisa Ocampo en Bajo el fuego (1946), narra sus recuerdos infantiles en el contexto revolucionario y La maestrita (1946), está enmarcada en la sucesión presidencial, cuando Francisco I. Madero se preparaba a batallar con don Porfirio Díaz con la “no reelección”. Celedonio Serrano trata de la revolución Mexicana en El Coyote, un libro escrito en forma de corrido alrededor de la revolución mexicana. Más recientemente la revolución ha sido tratada de manera intimista por Victoria Enríquez en Linderos (1988).
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/04/index.php?section=opinion&article=011a1cul
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II
Uno de los grandes debates de las letras mexicanas en el que hace hincapié Emmanuel Carballo en sus Protagonistas de la literatura mexicana del siglo 20, es el del nacionalismo versus cosmopolitismo. Entre las tendencias actuales de escritores más o menos jóvenes está la de escribir sobre países europeos como si ellos mismos fueran de por allá (verbigracia, Jorge Volpi) y, ¿por qué no hacerlo? La cultura occidental es uno de nuestros patrimonios, ya lo ha dicho Bonfil Batalla, así como la cultura mesoamericana y podemos agregar la cultura africana, rota por el etnocidio al que fueron sometidos los afrodescendientes, además de la oriental…
En la poesía falta poner orden acerca de las corrientes literarias a la que se han adscrito nuestros poetas. Se dice que el romanticismo y el modernismo no han sido del todo erradicados en las voces poéticas. Herencia del romanticismo es nuestra lumbrera Ignacio Manuel Altamirano, quien domina un espacio aparentemente vacío por la falta de información y difusión. Nicole Girón, francesa de nacimiento, es la especialista sobre éste autor. No obstante, podemos encontrar en las tendencias actuales, innovaciones y aportes que sin duda enriquecen a las letras nacionales. Entre nuestros poetas destacan: Citlali Guerrero, Jesús Bartolo, Ángel Carlos Sánchez, Eduardo Añorve, Carlos F. Ortiz y Ulber Sánchez.
En cuanto al ensayo falta difundir las temáticas que son diversas. Indira Añorve Zapata escribe sobre literatura china y sobre Mario Vargas Llosa; María de los Ángeles Manzano estudia la poesía de Enriqueta Ochoa; Judith Damián revisa a Julio Sesto; Silvia Alarcón trata sobre mujeres que escribían en la época virreinal; Salomón Mariano está por concluir su tesis doctoral sobre César Vallejo; María Elena Espíritu ha estudiado a Celedonio Serrano y, como ya se ha mencionado, hay quienes reflexionan sobre las letras guerrerenses.
Un aporte de suma importancia es el libro Viajeros extranjeros en Guerrero (1999), de José Iturriaga de la Fuente, donde Guerrero es el protagonista de escritos de diversos géneros desde la época de la conquista hasta el siglo 20.
La narrativa mexicana se ha ocupado de las gestas nacionales. El tema de la revolución ha sido tratado por novelistas guerrerenses entre ellos: Alejandro Gómez Maganda en Tinieblas en el mar (1944), Costa de fuego (1945) y en Un pájaro canta en lo alto (1960).
María Luisa Ocampo en Bajo el fuego (1946), narra sus recuerdos infantiles en el contexto revolucionario y La maestrita (1946), está enmarcada en la sucesión presidencial, cuando Francisco I. Madero se preparaba a batallar con don Porfirio Díaz con la “no reelección”. Celedonio Serrano trata de la revolución Mexicana en El Coyote, un libro escrito en forma de corrido alrededor de la revolución mexicana. Más recientemente la revolución ha sido tratada de manera intimista por Victoria Enríquez en Linderos (1988).
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/04/index.php?section=opinion&article=011a1cul
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III
Otros movimientos sociales muy de acá como las gestas heroicas de los agraristas que tuvieron entre sus protagonistas a Juan R. Escudero y sus hermanos aparecen en La vida de Juan (2005) de Renato Ravelo.
La toma de Chilpancingo que se dio durante el movimiento contra el gobernador Caballero Aburto en el que participaron estudiantes, maestros y el pueblo es tratada por Humberto Ochoa Campos en Tres campanas (1961) y por Victoria Enríquez en Adiós y nunca (2003).
Es necesario elegir con cuidado los criterios para acercarse a una revisión de la literatura guerrerense. ¿Tomar en cuenta todo lo escrito o sólo lo que el conocimiento literario nos haría clasificar como tal? Un lenguaje cuidado, la ficcionalización de la realidad, premios o reconocimientos estatales y nacionales. ¿Cuántos libros publicados? A Juan Rulfo le bastaron dos, a Gutierre de Cetina un madrigal para pasar a la historia de las letras.
Podría estar fuera de lugar tratar ya no de lo nacional sino de lo regional; no obstante, puede ser una de las tendencias actuales, los escritores del interior del país que pueden formarse en la ciudad de México y optar por regresar a su lugar de origen o desde donde estén, tratar sobre su región. Carlos Montemayor se ocupó de ficcionalizar la guerrilla de los años setentas en Guerra en el Paraíso y Vilma Fuentes de la vida del rey Lopitos en Castillos en el infierno (2006), con el entorno de un Acapulco en construcción. De cualquier modo habría que hacer referencia a los libros que, por la temática, coinciden con los autores locales
Algunos escritores de por acá han destacado en el ámbito nacional por sus innovaciones en el lenguaje o en la temática de sus obras, como es el caso de José Agustín y de Luis Zapata. Otros menos famosos han ganado premios nacionales o internacionales y becas y publicaciones por parte del Fonca, del Foeca, de la Fundación para las Letras Mexicanas o de Punto de Partida. Entre ellos: Andrés Acosta, Federico Vite, Ángel Carlos Sánchez, Jesús Bartolo, Roberto Ramírez Bravo, Judith Solís Téllez, Iris García Cuevas, Brenda Ríos, Paul Medrano y el reciente integrante del Sistema Nacional de Creadores por su obra dramática: José Dimayuga.
Celedonio Serrano, Cuquita Massieu, Juan Sánchez Andraca y Manuel S. Leyva son algunos de los nombres que dominaron el panorama de la literatura regionalista durante buena parte del siglo pasado.
Entre las temáticas que se asoman en los libros de estos lares está la que podríamos denominar como identidad de género. Tal vez valga la pena destacar estos esfuerzos por una literatura en donde los homosexuales y las lesbianas, como protagonistas, toman la voz narrativa en libros como: El vampiro de la colonia Roma (1979) de Luis Zapata o en Con fugitivo paso de Victoria Enríquez y hacen escuchar sus voces acalladas en un estado en el que predomina el machismo. En cuestión de identidades femeninas está la obra de Muriel Salinas: El espejo de una mujer rota (2002), en donde la autora nos conduce por un viaje a través de los diversos modos de ser mujer: desde la mujer oprimida hasta la mujer libre, feminista que se atreve a decir no, para darse un sí a ella misma.
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/05/index.php?section=opinion&article=010a1cul
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Otros movimientos sociales muy de acá como las gestas heroicas de los agraristas que tuvieron entre sus protagonistas a Juan R. Escudero y sus hermanos aparecen en La vida de Juan (2005) de Renato Ravelo.
La toma de Chilpancingo que se dio durante el movimiento contra el gobernador Caballero Aburto en el que participaron estudiantes, maestros y el pueblo es tratada por Humberto Ochoa Campos en Tres campanas (1961) y por Victoria Enríquez en Adiós y nunca (2003).
Es necesario elegir con cuidado los criterios para acercarse a una revisión de la literatura guerrerense. ¿Tomar en cuenta todo lo escrito o sólo lo que el conocimiento literario nos haría clasificar como tal? Un lenguaje cuidado, la ficcionalización de la realidad, premios o reconocimientos estatales y nacionales. ¿Cuántos libros publicados? A Juan Rulfo le bastaron dos, a Gutierre de Cetina un madrigal para pasar a la historia de las letras.
Podría estar fuera de lugar tratar ya no de lo nacional sino de lo regional; no obstante, puede ser una de las tendencias actuales, los escritores del interior del país que pueden formarse en la ciudad de México y optar por regresar a su lugar de origen o desde donde estén, tratar sobre su región. Carlos Montemayor se ocupó de ficcionalizar la guerrilla de los años setentas en Guerra en el Paraíso y Vilma Fuentes de la vida del rey Lopitos en Castillos en el infierno (2006), con el entorno de un Acapulco en construcción. De cualquier modo habría que hacer referencia a los libros que, por la temática, coinciden con los autores locales
Algunos escritores de por acá han destacado en el ámbito nacional por sus innovaciones en el lenguaje o en la temática de sus obras, como es el caso de José Agustín y de Luis Zapata. Otros menos famosos han ganado premios nacionales o internacionales y becas y publicaciones por parte del Fonca, del Foeca, de la Fundación para las Letras Mexicanas o de Punto de Partida. Entre ellos: Andrés Acosta, Federico Vite, Ángel Carlos Sánchez, Jesús Bartolo, Roberto Ramírez Bravo, Judith Solís Téllez, Iris García Cuevas, Brenda Ríos, Paul Medrano y el reciente integrante del Sistema Nacional de Creadores por su obra dramática: José Dimayuga.
Celedonio Serrano, Cuquita Massieu, Juan Sánchez Andraca y Manuel S. Leyva son algunos de los nombres que dominaron el panorama de la literatura regionalista durante buena parte del siglo pasado.
Entre las temáticas que se asoman en los libros de estos lares está la que podríamos denominar como identidad de género. Tal vez valga la pena destacar estos esfuerzos por una literatura en donde los homosexuales y las lesbianas, como protagonistas, toman la voz narrativa en libros como: El vampiro de la colonia Roma (1979) de Luis Zapata o en Con fugitivo paso de Victoria Enríquez y hacen escuchar sus voces acalladas en un estado en el que predomina el machismo. En cuestión de identidades femeninas está la obra de Muriel Salinas: El espejo de una mujer rota (2002), en donde la autora nos conduce por un viaje a través de los diversos modos de ser mujer: desde la mujer oprimida hasta la mujer libre, feminista que se atreve a decir no, para darse un sí a ella misma.
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IV
Otra temática importante es la guerra sucia, recordemos que en Guerrero hay más de 600 desaparecidos a raíz de la violencia ejercida por el estado en la década del setenta.
Los ecos de la guerra sucia se expanden en la literatura guerrerense. Desde la referencia obligada a Guerra en el Paraíso (1991), donde Carlos Montemayor novela magistralmente las guerrillas rurales de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas, el trauma colectivo consecuencia de la guerra sucia transcurrida alrededor de la década 1960-1970 ha empezado a expresarse en los diversos géneros y desde variados puntos de vista. En el género dramático, Felipe Galván escribió la obra de teatro El Amigo Miguel. En la narrativa, Baloy Mayo trata esta temática en Crónica de los tiempos broncos, Algo es algo y Lo que sucedió después (Insolación en el Trópico, 2000). Enrique González Ruiz relata la “biografía no autorizada de Acosta Chaparro” en Dos cuentos de la guerra sucia (2004). En el libro de relatos: Tempestades (UAG, 2005), Enrique Galeana Laurel recrea diversos aspectos de lo ocurrido en Atoyac: desde el inicio de los conflictos escolares que desembocaron en el mitin del 18 de mayo de 1967, cuando el profesor Lucio Cabañas se ve obligado a escapar a la sierra e iniciar su movimiento armado. Incluye, asimismo, una lista de los desaparecidos.
Arturo Martínez Reyes escribe el poema Perdidos en la guerrilla: “Madres, con gotas del alma/ huelen la sonrisa, / esperan de sus vástagos, la silueta o los huesos” (La piel se retuerce en el tiempo, Taller Alebrije, 2004, p. 44).
El dolor por la ausencia del padre desaparecido se manifiesta en dos textos: Voces Acalladas, vidas truncadas. Perfil biográfico de Rosendo Radilla Pacheco, (UAG, 2002), de Andrea Radilla y el drama poético: No es el viento el que disfrazado viene (H. Ayuntamiento de Acapulco, 2004), de Jesús Bartolo. En este poema dramatizado los personajes pueden intercambiarse porque tal vez sea un sólo personaje el que se disfraza de los otros, incluso de los desaparecidos: Mabré, el niño del cuadro, el coro, el narrador, la comadre, la abuela, el viento. Imágenes de la flora y la fauna, de los chaneques y caiquemas; seres vivos y de la magia local se dan la mano con técnicas para representar a los ausentes: “Coro: (Sale de escena mientras un proyector muestra imágenes de una gota cayendo sobre la cabeza de un desaparecido...)”. El padre con el nombre de la ausencia: Ausencio Bello Ríos, que a su vez se convierte en un símbolo de los desaparecidos: “Sí de ellos; los lluviosos, los sin nombre, de los que no se fueron, de los que se llevaron” (p.20) “Mabré: Más de una vez le miré buscar rostros en su memoria y encontrar siluetas blancas. Ahora sé eran nombres y rostros de los desaparecidos.
Comadre: De los que nunca se van, de los que por olvido siguen vivos y tanta muerte no es hace falta.”
El poeta nos interna por los senderos íntimos de su dolor, de su orfandad, que es la de muchos: “Mi padre es una colección de fotos que no llegan a diez. Es sólo la preocupación perpetua de la abuela. Un rostro inmóvil del cual no sé su sonrisa.” (p.24). “Mabré, tu dolor es de lejos. Son tus labios que no dijeron muchas veces padre. Son tus manos que no le abrazaron; es la ternura que tienes dentro como un cáncer. Son los días en los que esperabas mirarle llegar por el final de la calle. Es tu forma de odiarle con ese amor con el que muchas veces le reprochaste a Dios. Eres tú, Mabré. Eres tú Mabré, el que rumia la vida y no la ladra.” (p.26)
Por medio de la línea amarilla, metáfora de la carretera que llega a la sierra de Atoyac, de una época de pérdidas y también de construcciones, de obras de aparente servicio social: “Con la línea amarilla llegaron los armados verdes y la gente se volvió hosca y desconfiada. La palabra desaparecido ramificó sus letras.”(p. 17). “Soy la línea amarilla y la gente que llegó para inundar Mabré; el chapopote que se robó nuestros corredores; la tele, al viejo que contaba cuentos. Dejé de ser el ruido del juego y preferí la sombra” (p. 25).
También Roberto Ramírez Bravo trata esta temática en su novela Las pausas concretas (Praxis, 2009) y en el cuento Soldado en donde da la versión desde un narrador-personaje, miembro del ejército: “Yo lo maté padre. No me había hecho nada. No violó a mi mujer ni asesinó a mis hermanos, ni tiró mi troje, ni incendió mi pueblo... Decirle que fueron órdenes no sería exacto. Sí nos mandaron a acabar con los guerrilleros”. Otro relato sobre el tema es Él. Ambas narraciones son parte del libro Hace tanto tiempo que salimos de casa (CNCA- IGC, 2005).
En la literatura guerrerense comienza a expresarse el duelo de la memoria colectiva, la amargura por desconocer lo ocurrido con los seres amados desaparecidos, la violencia de un tiempo que truncó numerosas familias... Diversas posibilidades de vida.
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/06/index.php?section=opinion&article=010a1cul
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Otra temática importante es la guerra sucia, recordemos que en Guerrero hay más de 600 desaparecidos a raíz de la violencia ejercida por el estado en la década del setenta.
Los ecos de la guerra sucia se expanden en la literatura guerrerense. Desde la referencia obligada a Guerra en el Paraíso (1991), donde Carlos Montemayor novela magistralmente las guerrillas rurales de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas, el trauma colectivo consecuencia de la guerra sucia transcurrida alrededor de la década 1960-1970 ha empezado a expresarse en los diversos géneros y desde variados puntos de vista. En el género dramático, Felipe Galván escribió la obra de teatro El Amigo Miguel. En la narrativa, Baloy Mayo trata esta temática en Crónica de los tiempos broncos, Algo es algo y Lo que sucedió después (Insolación en el Trópico, 2000). Enrique González Ruiz relata la “biografía no autorizada de Acosta Chaparro” en Dos cuentos de la guerra sucia (2004). En el libro de relatos: Tempestades (UAG, 2005), Enrique Galeana Laurel recrea diversos aspectos de lo ocurrido en Atoyac: desde el inicio de los conflictos escolares que desembocaron en el mitin del 18 de mayo de 1967, cuando el profesor Lucio Cabañas se ve obligado a escapar a la sierra e iniciar su movimiento armado. Incluye, asimismo, una lista de los desaparecidos.
Arturo Martínez Reyes escribe el poema Perdidos en la guerrilla: “Madres, con gotas del alma/ huelen la sonrisa, / esperan de sus vástagos, la silueta o los huesos” (La piel se retuerce en el tiempo, Taller Alebrije, 2004, p. 44).
El dolor por la ausencia del padre desaparecido se manifiesta en dos textos: Voces Acalladas, vidas truncadas. Perfil biográfico de Rosendo Radilla Pacheco, (UAG, 2002), de Andrea Radilla y el drama poético: No es el viento el que disfrazado viene (H. Ayuntamiento de Acapulco, 2004), de Jesús Bartolo. En este poema dramatizado los personajes pueden intercambiarse porque tal vez sea un sólo personaje el que se disfraza de los otros, incluso de los desaparecidos: Mabré, el niño del cuadro, el coro, el narrador, la comadre, la abuela, el viento. Imágenes de la flora y la fauna, de los chaneques y caiquemas; seres vivos y de la magia local se dan la mano con técnicas para representar a los ausentes: “Coro: (Sale de escena mientras un proyector muestra imágenes de una gota cayendo sobre la cabeza de un desaparecido...)”. El padre con el nombre de la ausencia: Ausencio Bello Ríos, que a su vez se convierte en un símbolo de los desaparecidos: “Sí de ellos; los lluviosos, los sin nombre, de los que no se fueron, de los que se llevaron” (p.20) “Mabré: Más de una vez le miré buscar rostros en su memoria y encontrar siluetas blancas. Ahora sé eran nombres y rostros de los desaparecidos.
Comadre: De los que nunca se van, de los que por olvido siguen vivos y tanta muerte no es hace falta.”
El poeta nos interna por los senderos íntimos de su dolor, de su orfandad, que es la de muchos: “Mi padre es una colección de fotos que no llegan a diez. Es sólo la preocupación perpetua de la abuela. Un rostro inmóvil del cual no sé su sonrisa.” (p.24). “Mabré, tu dolor es de lejos. Son tus labios que no dijeron muchas veces padre. Son tus manos que no le abrazaron; es la ternura que tienes dentro como un cáncer. Son los días en los que esperabas mirarle llegar por el final de la calle. Es tu forma de odiarle con ese amor con el que muchas veces le reprochaste a Dios. Eres tú, Mabré. Eres tú Mabré, el que rumia la vida y no la ladra.” (p.26)
Por medio de la línea amarilla, metáfora de la carretera que llega a la sierra de Atoyac, de una época de pérdidas y también de construcciones, de obras de aparente servicio social: “Con la línea amarilla llegaron los armados verdes y la gente se volvió hosca y desconfiada. La palabra desaparecido ramificó sus letras.”(p. 17). “Soy la línea amarilla y la gente que llegó para inundar Mabré; el chapopote que se robó nuestros corredores; la tele, al viejo que contaba cuentos. Dejé de ser el ruido del juego y preferí la sombra” (p. 25).
También Roberto Ramírez Bravo trata esta temática en su novela Las pausas concretas (Praxis, 2009) y en el cuento Soldado en donde da la versión desde un narrador-personaje, miembro del ejército: “Yo lo maté padre. No me había hecho nada. No violó a mi mujer ni asesinó a mis hermanos, ni tiró mi troje, ni incendió mi pueblo... Decirle que fueron órdenes no sería exacto. Sí nos mandaron a acabar con los guerrilleros”. Otro relato sobre el tema es Él. Ambas narraciones son parte del libro Hace tanto tiempo que salimos de casa (CNCA- IGC, 2005).
En la literatura guerrerense comienza a expresarse el duelo de la memoria colectiva, la amargura por desconocer lo ocurrido con los seres amados desaparecidos, la violencia de un tiempo que truncó numerosas familias... Diversas posibilidades de vida.
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V
Una de las tendencias en nuestras letras es la regionalización. Así contamos con una importante labor de difusión por parte del poeta Agripino Hernández Avelar, quien se ha caracterizado por el apoyo a sus paisanos y son varios los autores de Tierra Caliente que están publicando, entre ellos Noé Blancas.
Agripino Hernández Avelar ha tenido reconocimientos por parte de universidades de Estados Unidos, aunque su difusión en el estado y en el país sigue siendo insuficiente.
El taller literario Alebrije promovió en Acapulco la literatura local por medio de la publicación de algunas antologías: Alebrije en otoño (1997), El color de la blancura (2001) y la antología personal de Arturo Martínez Reyes: La piel se retuerce en el tiempo (2004). Estuvieron a cargo del taller Humberto Aburto Parra y Angélica Gutiérrez y Salgado. Tuvieron el foro del encuentro de escritores El sur existe, que se llevó a cabo en Acapulco durante más de 15 años. Lo que hizo posible que los escritores se conocieran entre sí.
A propósito de encuentros de escritores, se realizaron dos con el estado de Morelos. Los de la región Tierra Caliente tienen su propio encuentro y dos de carácter nacional se han llevado a cabo recientemente en Acapulco: El Encuentro de Jóvenes Escritores, organizado por el poeta Antonio Salinas y el de Escritores del Pacífico, promovido por Citlali Guerrero.
Respecto a antologías de índole local, en el año 2007 se publicó Agua desbocada, compilada por Víctor Cardona Galindo sobre escritos atoyaquenses En donde se dan la mano el poema Al Atoyac de Ignacio Manuel Altamirano, María la voz de Juan de la Cabada con otras narraciones de Julio Cesar Ocaña, Felipe Fierro, David Bello, Jesús Bartolo, Fidelina Téllez Méndez… Hay poemas, cuentos y crónicas de personajes atoyaquenses.
Los escritores taxqueños publicaron la antología Taxco. Escenario del tiempo (2005). Este es un libro híbrido en el que se mezcla la crónica, la leyenda, las narraciones y la entrevista. Entre los autores que publican podemos mencionar a Saturnino Abarca Villada, Antonia Sánchez Rodríguez, Lázaro Rivera Cuevas, Carlos Rouzaut y Fulgencio Bustamante.
Aunque el camino sea arduo es una tarea impostergable hacer una revisión de la literatura guerrerense, llevar a cabo su valoración y difusión. Un proyecto en el que podríamos estar incluidos todos los interesados: investigadores, escritores y estudiantes. Valdría la pena que existiera una política editorial por parte de las instituciones culturales gubernamentales, así como por parte de nuestras universidades públicas y privadas para empezar a poner orden en un aspecto cultural sin duda importante como es la historia de la literatura guerrerense.
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2010/05/07/index.php?section=opinion&article=010a1cul
Una de las tendencias en nuestras letras es la regionalización. Así contamos con una importante labor de difusión por parte del poeta Agripino Hernández Avelar, quien se ha caracterizado por el apoyo a sus paisanos y son varios los autores de Tierra Caliente que están publicando, entre ellos Noé Blancas.
Agripino Hernández Avelar ha tenido reconocimientos por parte de universidades de Estados Unidos, aunque su difusión en el estado y en el país sigue siendo insuficiente.
El taller literario Alebrije promovió en Acapulco la literatura local por medio de la publicación de algunas antologías: Alebrije en otoño (1997), El color de la blancura (2001) y la antología personal de Arturo Martínez Reyes: La piel se retuerce en el tiempo (2004). Estuvieron a cargo del taller Humberto Aburto Parra y Angélica Gutiérrez y Salgado. Tuvieron el foro del encuentro de escritores El sur existe, que se llevó a cabo en Acapulco durante más de 15 años. Lo que hizo posible que los escritores se conocieran entre sí.
A propósito de encuentros de escritores, se realizaron dos con el estado de Morelos. Los de la región Tierra Caliente tienen su propio encuentro y dos de carácter nacional se han llevado a cabo recientemente en Acapulco: El Encuentro de Jóvenes Escritores, organizado por el poeta Antonio Salinas y el de Escritores del Pacífico, promovido por Citlali Guerrero.
Respecto a antologías de índole local, en el año 2007 se publicó Agua desbocada, compilada por Víctor Cardona Galindo sobre escritos atoyaquenses En donde se dan la mano el poema Al Atoyac de Ignacio Manuel Altamirano, María la voz de Juan de la Cabada con otras narraciones de Julio Cesar Ocaña, Felipe Fierro, David Bello, Jesús Bartolo, Fidelina Téllez Méndez… Hay poemas, cuentos y crónicas de personajes atoyaquenses.
Los escritores taxqueños publicaron la antología Taxco. Escenario del tiempo (2005). Este es un libro híbrido en el que se mezcla la crónica, la leyenda, las narraciones y la entrevista. Entre los autores que publican podemos mencionar a Saturnino Abarca Villada, Antonia Sánchez Rodríguez, Lázaro Rivera Cuevas, Carlos Rouzaut y Fulgencio Bustamante.
Aunque el camino sea arduo es una tarea impostergable hacer una revisión de la literatura guerrerense, llevar a cabo su valoración y difusión. Un proyecto en el que podríamos estar incluidos todos los interesados: investigadores, escritores y estudiantes. Valdría la pena que existiera una política editorial por parte de las instituciones culturales gubernamentales, así como por parte de nuestras universidades públicas y privadas para empezar a poner orden en un aspecto cultural sin duda importante como es la historia de la literatura guerrerense.
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Muy buenos los textos de Judith
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