miércoles, 30 de marzo de 2011

Acerca de un libro de José Agustín...


José Agustín: Diario de un brigadista
Gustavo Martínez Castellanos
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Había una lógica bella y humana en recurrir
a los adolescentes para alfabetizar el país
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A sus diecisiete años José Agustín terminó su primera obra: Diario de un brigadista, antes de La tumba, que aún corregía en esa época. En él registró diez meses de su vida como alfabetizador en Cuba. En ese registro asoman ya las estructuras y temáticas del universo joseagustiniano en marcada intersección con su cultura mexicana.
Parte medular de esa cultura es su identidad suriana: “Me puse a tararear: por los caminos del sur vámonos para Guerrero” y surgió “el recuerdo de mis papás, mis hermanos y mi casita” (14). El entorno lo absorbe: “Íbamos adentrando en montañas leves, llenas de vegetación que a mí me recordaban una barbaridad los rumbos de la Costa Grande guerrerense” (19). Por ello, Los Alfonsos -pueblo de paso-, le “recuerda horrores Los Arenales, el pueblito guerrerense de donde viene buena parte de mi familia” (21). En la Habana cuando lo llevan a nadar “al otrora Club Náutico” compara: “la playa no le llega ni a los talones a las acapulqueñas” Sin embargo accede a asolearse: “Jamás, ni en mis viejas épocas de Acapulco me había quemado tanto” (44). Julián un “enano de doce años que es una verdadera ladilla” lo remite a su gente: “habla hasta por los codos, y no tiene la menor idea de que es la inhibición. Me recordó a los niños semejantes de Acapulco, allá les dicen que son muy lisos”. Parece que habla su nostalgia, pero lo hace su sentido de pertenencia.
La otra parte de su identidad aflora en las referencias a México como país, como ciudad, como hogar: “Le encargué a dos niñitos que en México serían boleros o algo así, una botellita de Bacardí y pronto pasó a mejor vida” (15). “Hoy cumplo diecisiete años. Desperté relativamente tarde, recordando la algarabía en mi casa: las mañanitas” (21). “Recuerdo la imagen de la esquina de Insurgentes y Yucatán, con el insultante anunciote de zapatos Canadá, que ahora me parece embelesante” (31)
Y mientras se cronica, José Agustín elabora sin respiro el libérrimo postulado verbal que lo ha universalizado. Y aparecen los albures, el caló, la licencia lingüística que termina siendo abuso: “El Ché hablará en la noche. Ya vas”. “Y nosotros escuchamos al Che Güevotes” (29). “Margarita y yo salimos a comprar puyas, un dulce de azúcar quemada y coco. Carajo, una pinche cocada” (31). “Alexis, el Intelectual Campirano, habló muy bien aunque un tanto afidelcastrado” (33). “El chofer nos llevó a casa de Rita donde sólo estaban ella y su camote Abelardo” (40). “Si tiene hoyo onque sea de pollo” (58). “Somos la brigada Mamado Boyítez” (Conrado Benítez) (75). “Sigue la onda” (32).
En este derroche, no sólo el castellano pierde su castidad y su función primitiva de forma comunicativa y estética sino también otros idiomas: “Margarita se hallaba, al parecer, muy contenta (mais-jusqu’á?)” (20). “Después del sex bei sex minus liebe, la Dalton se fue a ordeñar a otro lado” (32). Mrs. Margarita del Salto, san e parler plus; e io full time naco” (41) “Por suerte no sabía que nosotros estábamos ahí sino hasta de puto me hubiera acusado. Puto mais catholique” (72). “¡una máquina d’ecrire!” (73).
Diario de un brigadista no sólo es el documento o testimonio de un acapulqueño alfabetizando en Cuba en 1961, es un texto cuya propuesta abarcará una parte importante de la literatura mexicana del siglo XX, y de la centroamericana, aún varios años después.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
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