jueves, 31 de marzo de 2011

Homenaje a Luis Zapata Quiroz

En la edición del 30 de marzo de 2011, LA JORNADA GUERRERO publicó la siguiente nota:

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Entre vivir y escribir, prefiero escribir: Zapata
Francisca Meza Carranza
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“Si tuviera que escoger entre vivir y escribir escogería por supuesto escribir, aunque en ocasiones he creído lo contrario”, expresó el escritor guerrerense Luis Zapata Quiroz, nativo de Chilpancingo y reconocido en el mundo literario por sus obras de temática homosexual, durante un homenaje por sus 60 años de vida desarrollado la tarde de ayer en Acapulco.
El acto se llevó a cabo en las instalaciones del recién remodelado Instituto Guerrerense de la Cultura (IGC); más que algo con carácter formal el evento se desarrolló como una reunión entre amigos, cual si fuera la presentación de una de sus más reconocidas obras: El vampiro de la colonia Roma.
El manto de la noche, con el aire fresco acompañado por las flores que desprenden las parotas en la época le dieron un matiz cálido, como una escenografía preparada para recibir al escritor.
Las no más de 50 personas que atestiguaron la actividad permanecieron atentas y divertidas con las palabras de cada uno de los asistentes que flanquearon a Luis Zapata en la mesa de honor: Rosina Conde, José Dimayuga, Misael Habana y Juan Carlos Moctezuma, quien fue el moderador.
En el transcurso de su homenaje, el artista fotografió a los presentes, incluso debajo del escenario; también escuchó atento las participaciones con interminables sorbos de cigarrillos.
La primera en participar fue a escritora Rosina Conde, quien recordó que Luis Zapata fue gestor de un cambio radical en la trayectoria cultural del país al grado de crear un nuevo estilo literario y desechar la versión de que el erotismo se cultiva principalmente en la poesía y significa un tabú para las culturas hispanas.
Atrajo la atención de los asistentes con fragmentos textuales de una de las obras más destacadas del escritor, El Vampiro…, publicada en 1979, la cual, a pesar que al momento de salir a la luz pública provocó controversia, hoy se considera una obra clásica de la literatura gay.
La escritora destacó que la publicación significó también un empuje a la escritura feminista al darle el sentido femenino a palabras, a las cosas; dijo que significó una influencia para lo que sería su estilo de escritura.
El también guerrerense José Dimayuga, resaltó cómo con todo y los miedos que provocó la obra en la época en donde se vivía una doble moral de la sociedad machista de los años 70 logró posicionar en la literatura mexicana a Adonis García, un personaje homosexual sin sentimientos de culpa ni pecado.
El periodista Misael Habana de Los Santos resaltó que la publicación “cayó como anillo al dedo” con los movimientos sociales que se gestaban en las universidades en los 70, las anarquías, los movimientos estudiantiles, el feminismo y las expresiones de izquierda.
Casi al cumplir su 60 aniversario, Luis Zapata, habló del tiempo de manera subjetiva; dijo que a partir de ciertos momentos la vida parece decir “ponte ya la pila y no pierdas tanto el tiempo”.
Consideró que el tiempo transcurre rápidamente porque no se deja de pensar en el futuro y que también es obvio que el pensar en el pasado roba la experiencia del presente “tanto el tiempo como la profecía nos acorta la duración del presente, ese tiempo al que no siempre tenemos acceso”.
Resaltó por su parte, la única manera que ha encontrado para sustraerse del tiempo y situarse en el presente es la escritura así como para algunas personas lo es la meditación o la actividad física.
“He podido escribir, siempre me ha divertido escribir y quizá no sólo eso, la escritura ha representado muchas veces mi modelo de entender la vida o de no entenderla y de angustiarme menos por la confusión; si tuviera que escoger entre vivir y escribir escogería por supuesto escribir, aunque en ocasiones he creído lo contrario”.
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miércoles, 30 de marzo de 2011

Acerca de un libro de José Agustín...


José Agustín: Diario de un brigadista
Gustavo Martínez Castellanos
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Había una lógica bella y humana en recurrir
a los adolescentes para alfabetizar el país
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A sus diecisiete años José Agustín terminó su primera obra: Diario de un brigadista, antes de La tumba, que aún corregía en esa época. En él registró diez meses de su vida como alfabetizador en Cuba. En ese registro asoman ya las estructuras y temáticas del universo joseagustiniano en marcada intersección con su cultura mexicana.
Parte medular de esa cultura es su identidad suriana: “Me puse a tararear: por los caminos del sur vámonos para Guerrero” y surgió “el recuerdo de mis papás, mis hermanos y mi casita” (14). El entorno lo absorbe: “Íbamos adentrando en montañas leves, llenas de vegetación que a mí me recordaban una barbaridad los rumbos de la Costa Grande guerrerense” (19). Por ello, Los Alfonsos -pueblo de paso-, le “recuerda horrores Los Arenales, el pueblito guerrerense de donde viene buena parte de mi familia” (21). En la Habana cuando lo llevan a nadar “al otrora Club Náutico” compara: “la playa no le llega ni a los talones a las acapulqueñas” Sin embargo accede a asolearse: “Jamás, ni en mis viejas épocas de Acapulco me había quemado tanto” (44). Julián un “enano de doce años que es una verdadera ladilla” lo remite a su gente: “habla hasta por los codos, y no tiene la menor idea de que es la inhibición. Me recordó a los niños semejantes de Acapulco, allá les dicen que son muy lisos”. Parece que habla su nostalgia, pero lo hace su sentido de pertenencia.
La otra parte de su identidad aflora en las referencias a México como país, como ciudad, como hogar: “Le encargué a dos niñitos que en México serían boleros o algo así, una botellita de Bacardí y pronto pasó a mejor vida” (15). “Hoy cumplo diecisiete años. Desperté relativamente tarde, recordando la algarabía en mi casa: las mañanitas” (21). “Recuerdo la imagen de la esquina de Insurgentes y Yucatán, con el insultante anunciote de zapatos Canadá, que ahora me parece embelesante” (31)
Y mientras se cronica, José Agustín elabora sin respiro el libérrimo postulado verbal que lo ha universalizado. Y aparecen los albures, el caló, la licencia lingüística que termina siendo abuso: “El Ché hablará en la noche. Ya vas”. “Y nosotros escuchamos al Che Güevotes” (29). “Margarita y yo salimos a comprar puyas, un dulce de azúcar quemada y coco. Carajo, una pinche cocada” (31). “Alexis, el Intelectual Campirano, habló muy bien aunque un tanto afidelcastrado” (33). “El chofer nos llevó a casa de Rita donde sólo estaban ella y su camote Abelardo” (40). “Si tiene hoyo onque sea de pollo” (58). “Somos la brigada Mamado Boyítez” (Conrado Benítez) (75). “Sigue la onda” (32).
En este derroche, no sólo el castellano pierde su castidad y su función primitiva de forma comunicativa y estética sino también otros idiomas: “Margarita se hallaba, al parecer, muy contenta (mais-jusqu’á?)” (20). “Después del sex bei sex minus liebe, la Dalton se fue a ordeñar a otro lado” (32). Mrs. Margarita del Salto, san e parler plus; e io full time naco” (41) “Por suerte no sabía que nosotros estábamos ahí sino hasta de puto me hubiera acusado. Puto mais catholique” (72). “¡una máquina d’ecrire!” (73).
Diario de un brigadista no sólo es el documento o testimonio de un acapulqueño alfabetizando en Cuba en 1961, es un texto cuya propuesta abarcará una parte importante de la literatura mexicana del siglo XX, y de la centroamericana, aún varios años después.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
http://www.culturacapulco.com/; http://culturacapulco.blogspot.com

jueves, 14 de octubre de 2010

Francisco Saucedo y su novela "Crecida de Mar"

En la edición del 13 de octubre de 2010, EL SUR publicó la siguiente nota:
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Escribir es liberar fantasmas, sacar lo que podría pudrirse dentro de uno: Francisco Saucedo
Iris García Cuevas
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El miedo, la culpa, la degradación del individuo como única posibilidad de supervivencia, son algunos de los temas que toca Crecida de mar, novela de Francisco Saucedo Navarrete, presentada en el Centro Cultural De Mina el sábado pasado, ante cinco decenas de personas conformadas principalmente por familiares y amigos del autor.
En entrevista, el también colaborador de El Sur, reconoció que a pesar de haber escrito y publicado una novela no termina de asumirse como escritor, es más bien “un hombre que escribe”. Su postura ante el acto de la escritura recuerda la propuesta del filósofo alemán Walter Benjamin, quien suponía que el ejercicio del arte debe ser patrimonio de la sociedad en su conjunto y no de un grupo privilegiado por su formación y sus medios de producción; desde esta perspectiva, cualquiera tiene derecho a escribir y publicar una novela.
Crecida de mar es una edición del autor; en este sentido, Saucedo Navarrete también está en contra de la actitud dependiente que asumen algunos creadores esperando el apoyo gubernamental para la producción de su obra: “mejor hablemos entre nosotros y saquemos adelante los proyectos nosotros”, dijo. Sin embargo, no descartó la posibilidad de que la novela sea reeditada posteriormente bajo algún sello editorial.
El mar como descubrimiento interno
Crecida de mar es la historia de un muchacho que se une a la tripulación de un barco para huir de la culpa; la historia es de un capitán acapulqueño llamado Garapacho, que en su juventud formó parte de una banda de contrabandistas y sabe que los hombres que cometen errores vuelven a equivocarse pero pueden levantarse cada vez; la historia es de una embarcación llamada La Chillona y los hombres que recorren en ella el océano Pacífico buscando camarones y un modo de sobrevivencia y según el autor “tiene algo de La isla del tesoro y Moby Dick”.
Lector de novelas históricas y de ciencia ficción, Francisco Saucedo comentó que eligió el mar como escenario de su novela porque le parece que la situación del hombre frente al mar “es atípica, especial y encierra mucho de la esencia del ser humano; la idea de la aventura, del desapego, del descubrimiento, tiene que ser, evidentemente, un descubrimiento interno”.
Personajes repletos de maldad
La historia de vida del capitán Garapacho, narrada en primera persona, ocurre en “un Acapulco antiguo” que a decir del autor “no era tan paradisiaco como suponemos; sí existe un marco natural hermoso, pero el chiste, el secreto del éxito de Acapulco, es que cualquiera con dinero tenía el poder de conseguir lo que quisiera”.
Señaló que sus personajes, particularmente los adultos, “están repletos de maldad, de cosas que se les fueron pudriendo por dentro”, y por ello han perdido su identidad primaria que era esencialmente buena; sin embargo, en ellos “no hay un cuestionamiento moral, van caminando como tienen que caminar, porque aquí nos agarró la ola y pues ni modo”.
Sus personajes, dijo, “no buscan la trascendencia, sino solucionar el aquí y el ahora, y ese es parte del problema de todos los personajes, no hay una reflexión sobre el mañana” y ese, agregó, es también el problema de la humanidad: “no hay esa búsqueda de la trascendencia, no buscamos el lado bueno, que también existe, no lo preservamos”.
La novela: una forma de de trascender
Saucedo Navarrete también ha incursionado en el teatro, el cine, y más recientemente en el periodismo, para él estas actividades aparentemente divergentes tienen en el fondo la misma finalidad que la literatura: “contar historias”.
Para Saucedo Navarrete no existe distancia entre el narrador de la novela y su persona como autor, para él escribir es liberar fantasmas, “darles carne a muchas de esas cosas que, si me las guardo, podrían hacer que me pudriera por dentro”.
También es una manera de trascender, “pero la trascendencia no tiene que ver con la popularidad o la fama, sino como la búsqueda de objetivos profundos, más allá del interés instantáneo”.
La literatura: un acto de amor
Para el autor de Crecida de mar la literatura es, a final de cuentas, un acto de amor por los demás porque implica ponerse en el lugar del otro: “cuando escribes de un niño que a los ocho años se da cuenta de que su papá mató a su tío, tienes que tener mucho amor para escribir eso, para entender qué demonios sintió ese niño y no quedarte sólo con el hecho impactante”.
Agregó: “Cuando escribo de los niños que comían manguitos verdes hasta que les dolía la panza estoy hablando de mi mamá, porque mi mamá tuvo una época en que, por circunstancia de la vida, era eso lo que comía con sus hermanos; es una empatía que logro con ella, de decirle: te entiendo, entiendo la impotencia que puede tener un niño que no tiene otra cosa que hacer que comer mangos verdes, eso es un acto de amor”.
Actualmente, Saucedo Navarrete escribe su segunda novela y está planeando la realización de un cortometraje.
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lunes, 4 de octubre de 2010

Sobre la ausencia del padre: los desaparecidos en la guerra sucia en Guerrero

En la edición del 04 de octubre de 2010, LA JORNADA GUERRERO publicó la siguiente nota:
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Rosendo Radilla Pacheco y Ausencio Bello Ríos
Judith Solís Téllez
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Presento en este artículo dos casos sobre la ausencia del padre desaparecido como consecuencia de la guerra sucia en Guerrero. Para ello me basaré en la obra de Andrea Radilla Martínez, Voces Acalladas. Vidas Truncadas. Perfil biográfico de Rosendo Radilla Pacheco (SEMUJER/UAG, 2008[2002]) y en el drama poético: No es el viento el que disfrazado viene (H. Ayuntamiento de Acapulco, 2004) de Jesús Bartolo Bello López.
El poeta nos interna por los senderos íntimos de su dolor, de su orfandad, que es la de muchos: “Mi padre es una colección de fotos que no llegan a diez. Es sólo la preocupación perpetua de la abuela. Un rostro inmóvil del cual no sé su sonrisa.” (Bello, 2004:24). Jesús Bartolo a través de su poesía convierte a Ausencio Bello Ríos, su progenitor, en símbolo de los desaparecidos.
Con la publicación del libro sobre su padre, Andrea Radilla Martínez, logró documentar el primer caso de un desaparecido político mexicano, gracias a lo cual fue posible llevar el caso de don Rosendo Radilla ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la cual encontró culpable al Estado mexicano por desaparición forzada de personas.
Los casos de Rosendo Radilla Pacheco y Ausencio Bello Ríos son los paradigmas de lo ocurrido en Atoyac, “donde se tienen contadas más de 450 personas desaparecidas por el Ejército mexicano de las 650 que hay registradas en Guerrero, indicó el secretario ejecutivo de la Afadem, Julio Mata Montiel” (Valadez en La Jornada Guerrero, 31 de mayo 2010). Por esa afrenta la “comunidad” a la que pertenecían los desaparecidos, Atoyac de Álvarez, también debe de ser considerada como víctima de la Guerra sucia, y de hecho en la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos los representantes solicitaron a la Corte que declare al Estado responsable por el perjuicio ocasionado al señor Rosendo Radilla Pacheco a sus familiares y a la “comunidad” a la que pertenecía don Rosendo (Caso Radilla Pacheco, Sentencia del 23 de noviembre de 2009: 3). La historia de Atoyac presenta en su paisaje esta huella de la memoria colectiva de la Guerra sucia como rememora Bartolo: “Con la línea amarilla llegaron los armados verdes y la gente se volvió hosca y desconfiada. La palabra desaparecido ramificó sus letras.”(Bello, 2004: 16-17).
En el homenaje a Carlos Montemayor y a Andrea Radilla durante la conmemoración de la semana internacional del detenido-desaparecido, que se llevó a cabo en Atoyac, el domingo 30 de mayo del 2010, se consideró que la novela Guerra en el paraíso documenta a su vez lo ocurrido en Atoyac (Valadez en La Jornada Guerrero, 31 de mayo 2010). Uno de los acuerdos del homenaje fue llevar a la Corte Interamericana los casos de todos los desaparecidos documentados por la Afadem.
Andrea Radilla a través de su obra busca la dignificación de todos los desaparecidos y puso el ejemplo a seguir con los 650 casos de desaparecidos: “Cada uno de ellos tiene una historia de vida, no son datos en las estadísticas” (Radilla, 2008:22). Andrea escribió su libro desde el dolor, desde la angustia provocada por los gobiernos y por los organismos “que se dicen defensores de los derechos humanos” (39). Romper silencios significa para ella el comienzo para reconstruir una historia desde abajo, desde los portadores del dolor” (18).
Sin duda la obra de Andrea Radilla Martínez y la de Jesús Bartolo Bello López, aunque hayan optado por caminos diferentes, contribuyen cada una a su manera a expresar la herida lacerante del no olvido a la búsqueda de la justicia.
Bartolo a través de su poesía recuperó la memoria de su padre y nos hizo inolvidables a los desaparecidos: “Ves, Mabré, cómo tu tristeza es antigua? De qué sirve que diga. ‘tu padre era un ciruelo de frutas dulce’. Decirte: ‘su voz fulgía como chicharra en la tarde y sus manos ramas de parota te abrazaban pájaro o duende dormido’”.
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Consultado en:

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tercer lugar, Primer Certamen Estatal de Cuento Corto "Elena Garro"

En la edición del miércoles 25 de agosto de 2010, DIARIO 21 publicó el siguiente cuento, de los que aquí se han publicado ya el primero y segundo lugares:
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Mercedes
3er. Lugar
Antonio Fernando León Díaz
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Las imágenes y los recuerdos me llegan con los primeros rayos del sol para irse multiplicando conforme pasan los minutos. No he podido dormir en toda la noche, he regresado a Iguala después de haber estado 57 años fuera. No volví jamás, no sé si fue a propósito o por azares del destino, el hecho es que me alejé de esta ciudad como si alguna fuerza extraña me impulsara a hacerlo. Ahora estoy aquí, a mis ochenta años de edad, intentando revivir en mi mente aquel mágico día, cuando conocí a Mercedes, mujer por quien en esta madrugada se agolpa en mí la melancolía. ¿Por por qué estoy aquí? ¿Qué busco? No lo sé, ojalá lo supiera.
Era el año de 1953, se festejaba en Iguala la primera feria a La Bandera. Había puestos de vendimia en el atrio de la iglesia y en el parque que estaba enfrente, el cual, si no mal recuerdo, tenía 32 tamarindos a su alrededor. En la contra esquina del atrio, estaban los juegos mecánicos. Todo ubicado en el centro de esta apacible ciudad.
Yo tenía por aquel entonces 23 años de edad y no era mal parecido, y como me gustaba practicar el baloncesto y la natación, tenía un cuerpo medio atlético, en pocas palabras era yo un buen mozo. Trabajaba como agente de ventas de una de las distribuidoras de productos de mercería más importantes del país, y estaba en Iguala precisamente para abrir mercado a esos productos, y qué mejor ocasión que cuando se festejaba por primera vez en su historia La Feria a La Bandera en esta ciudad. Después de recorrer los negocios de esa población, me fui al hotel en donde me había hospedado, ubicado a un costado del parque. Me bañé y me recosté para reposar del ajetreado día que había tenido, el cansancio hizo que el sueño hiciera presa de mí. Como la ventana de mi cuarto daba hacia el parque, al iniciar la noche me despertó el bullicio de los lugareños y visitantes que ya comenzaban a divertirse en la feria. Me vestí y salí a curiosear un rato, era una celebración sencilla para mi gusto, ya que por mi trabajo había tenido la oportunidad de conocer grandes ciudades con festividades más elaboradas.
Iba caminando entre los juegos mecánicos cuando observé a una joven hermosa que quería subirse a la rueda de la fortuna, pero le faltaba alguien que la acompañara, ya que los asientos eran para dos personas. Como me sentí sumamente atraído por esa mujer, me apresuré a comprar mi boleto y le dije que si podíamos ir juntos, puesto que ambos estábamos sin acompañante. Ella dudó un poco en aceptar mi compañía, pero finalmente accedió aunque con cierta desconfianza porque se sentó retirada de mí. Le dije quien era y del por qué de mi paso por Iguala, ya que ella previamente me dijo que nunca me había visto por su tierra. Cuando le pregunté cómo se llamaba, ella me respondió: Mercedes. En ese instante sentí como si su nombre besara mis labios, y no tuve otro pensamiento más que el de estar el mayor tiempo posible en su compañía.
Bajamos del juego y la invité a que me acompañara por la feria, argumentando que yo no conocía a nadie. Mercedes accedió amablemente, aunque la desconfianza hacia mí seguía presente, pues caminaba retirada a una prudente distancia de mi persona, como si tuviera algún temor de que nos vieran juntos. Pasamos un largo rato entre los juegos y los puestos de vendimia, nos comimos un algodón de azúcar y tomamos agua de tamarindo. Antes de que yo bebiera el agua fresca me dijo: Ten cuidado, si quieres mejor toma agua de otra fruta, porque se dice que los fuereños que toman agua de tamarindo en Iguala, se quedan aquí para toda la vida. Yo me reí y le dije: Pues ya estará de Dios que muera por estas tierras tamarinderas. Después de mi respuesta, le di un enorme trago a mi agua de tamarindo. Ella sonrió, ahora con un gesto de malicia que no le había visto toda la noche.
Me platicó sobre muchas cosas, como el hecho de que en 1932 se festejó el centenario de haber plantado los tamarindos aquí en Iguala por el general Luis Gonzaga Vieyra, que se eligió una reina de los festejos y que la que ganó se llamaba igual que ella: Mercedes, pero que era muda. Sin embargo no me platicó nada en particular de su persona, se veía contenta en mi compañía y nada más, mientras yo buscaba un espacio en la conversación para insinuarle mis intenciones de iniciar un romance, ella muy hábilmente insertaba tópicos en la charla que lo impedían. Miró su reloj y dijo: ¡Cielos es muy tarde!, ya van a dar las diez, ¿me podrías acompañar a mi casa? Respondí de inmediato: ¡Claro que sí, para mí es un honor!
Caminamos hacia un costado del parque unas cuatro o cinco calles hasta que se detuvo frente a una puerta. Me dijo: Aquí vivo, soy casada, mi esposo es de mayor edad que yo y está delicado de salud, posiblemente ya esté dormido, gracias por tu compañía. En ese instante me sentí ridículo, yo pensando en un romance y ella en su marido enfermo. Le iba a ofrecer mi mano para despedirme cuando me dijo: Ah, por cierto, no sé si sepas algo de plomería, está tapada la tubería del fregadero, ¿podrías pasar para ver si la puedes arreglar? Le respondí: ¿Y tu esposo, no se enojará? Ella me respondió: No lo creo, además ya está dormido, debe de haberse tomado ya su medicina y esa le provoca cierta somnolencia. Le dije: pero yo no tengo herramienta para eso. Ella contestó: Aquí en casa tenemos, pasa y échale un vistazo, total, si no se puedes o la herramienta no te sirve pues ni modo.
Me hizo pasar al interior de su casa, era de dos pisos, en el de arriba estaban las recámaras, y ahí supuse estaría dormido su esposo sumamente enfermo. Mercedes me condujo a la cocina, sacó de un mueble una caja de herramientas y me las dio. Me dijo: Revisa el desperfecto, yo en seguida vuelvo, voy a ver cómo está mi esposo, siéntete en confianza.
Tomé la herramienta y me metí debajo del fregadero, estaba de espaldas con medio cuerpo adentro de un espacio construido de cemento exprofeso para colocar el mueble para lavar los trastes. Estaba intentando aflojar una tuerca que unía a dos tubos, cuando escuché los pasos diminutos de Mercedes. Caminó hacia el fregadero y pude ver que vestía una bata de dormir muy delgada, casi transparente, que descubría parte de sus piernas firmes y elásticas a cada paso que daba de manera por demás encantadora. Se paró cerca de mi cintura y dijo: ¿Podrás arreglar el daño? Sin haberme dado cuenta de qué clase de daño se trataba o si es que acaso podría yo repararlo, le respondí: No es grave, parece que lo podré arreglar en un momento. El estar dentro de su casa y las ansias de estar con ella, me hacían comportarme con demasiada imprudencia, sin pensar en la reacción de su esposo si es que llegaba a despertar y nos viera en la cocina, o si llegaba algún otro pariente y al desconocerme fuera pensar lo peor de esa situación.
Mercedes se inclinó para poder mirar lo que yo hacía, pero desde esa posición no podía verme porque el mueble del fregadero era muy ancho, entonces se arrodilló, introdujo un poco la cabeza en donde yo estaba, y después de su rostro de abismal belleza, vi sus senos que se desbordaban por entre la abertura de su bata. Levanté lo más que pude mi cabeza y le dije con tono de reclamo: ¿Qué es lo que quieres en realidad? Comprendió mi turbación y debió de leer en mis ojos el terrible deseo que me inundaba, pues sonriendo con malicia de quien se siente dueña de la situación, me dijo: Nada, ¿por qué?
Sin embargo ella seguía en la misma posición, y no hacía nada por cerrar el cuello de su bata que me seguía permitiendo admirar a sus senos provocativos, beligerantes, casi desnudos. Me hubiera bastado estirar el brazo para tocarlos….., y lo estiré. Sentí una tibieza palpitante y ardiente, y una suavidad de terciopelo que me transportaba más allá de la cordura. Atraje su cabeza hacia mí y nos besamos. Después del beso se incorporó nerviosamente y yo me puse de pie, ella tenía un cierto aire de arrepentimiento pero al mismo tiempo de satisfacción. –Mi marido está muy enfermo-, dijo tranquilamente. Yo seguía mirándola con un terrible deseo, casi sin escuchar sus palabras. Pasó muy mala noche –volvió a decir-, es una extraña enfermedad que lo va consumiendo poco a poco, como si algo lo fuera chupando por dentro, nos han sugerido cierta forma de curarlo pero no la hemos intentado, nos parece muy riesgosa. Después ella ya no dijo nada y yo tampoco encontraba algún comentario adecuado para el momento, me cegaba el deseo que Mercedes ya había despertado en mí. A la decepción, se sumaba la impotencia y el resentimiento por su provocación a ultranza: ¿cómo se transita por la geografía de un deseo inexpugnable? La incomodidad del silencio patético que había entre ella y yo se rompió con una voz grave y vieja, quejumbrosa por demás: Mercedes, sube, siento que ahora sí me estoy muriendo. Su marido la solicitaba tal vez porque había empeorado su condición, o alguna incomodidad lo agobiaba.
Ella me acarició la nuca, me dio un ligero beso en los labios y me dijo con voz sensual pero persuasiva: Sube, acompáñame para que lo conozcas, no va a pasar nada, de seguro ni te va a ver, está tan débil, además necesito que me ayudes en algo. No sé por qué decidí subir a la recamara del moribundo, ¿por morbo?, ¿incredulidad de que tal vez no era lo que parecía?, ¿audacia de que a lo mejor el romance se daba en una de las recámaras? No lo sé, pero subí. Lo vi desde la puerta, el rostro del hombre se veía sumamente amarillento, para ser más preciso como pergamino, dicen que se necesita que la muerte lo agarre a uno de las entrañas para que los seres y las cosas se parezcan a los pergaminos, pero ese hombre todavía respiraba, aunque con mucha dificultad.
Mercedes me pidió que lo auxiliara para aplicarle un tratamiento a su esposo, me sentí estúpido ante esa situación pero acepté, más por lástima hacia aquel pobre hombre moribundo que por querer quedar bien con ella. Me dijo que tomara una pomada color verdosa y que se la untara en el pecho. Me indicaba los movimientos precisos que yo debía hacer tal como si ella fuera una experta curandera. Cuando frotaba el pecho del marido, sentí como si él expulsara un vaho gélido y fétido hacia mi cara, volteé de inmediato, pero el rostro de aquel hombre parecía como petrificado con sus labios sellados por la resequedad, en ese momento hasta me pareció increíble que ese sujeto hubiera hablado hace apenas un rato. Le pregunté a ella: ¿Por qué no dice nada si hace un rato habló? Me respondió: No lo sé, son muy frecuentes las ocasiones en que dice unas cuantas palabras y después pasa hasta un par de horas sin decir nada.
Me apresuré a terminar con mi encomienda, pues no deseaba que este hombre se despertara y me hablara cuando yo estuviera con mis manos sobre él. No sé por qué, pero en ese momento comencé a sentir un poco de temor. Pensé: “¿y si se muere?, a lo mejor me echan la culpa de que vine a ahogarlo para quedarme con la viudita”. Lo único que se me vino a la mente fue el salir lo más rápido posible de ese lugar. Le dije: Ya terminé, te dejo en paz, yo me retiro. Ella respondió: Espera un poco más. Falta otra cosa. Ayúdame con eso y ya no te molestaré, podrás irte a seguir disfrutando de la feria de mi pueblo. Miré por la ventana, la noche seguía indiferente su milenario curso por entre las estrellas y la luna, entre las ilusiones de los enamorados y entre las cosas más triviales de nuestra existencia. Dentro del cuarto sentía calor, inexplicablemente el frotarle esa pomada en el torso al viejo me había provocado cierta fatiga que me invitaba al sueño. Está bien -le dije-, pero apresúrate, porque me siento cansado y con sueño, deseo lo más pronto posible estar en mi cuarto y dormirme.
Mercedes me dio instrucciones: Toma ese ungüento azul y úntale un poquito en cada uno de sus párpados, con ese líquido amarillo humedécete las manos y frota su cabello, después mójale siete veces los labios con ese líquido que parece leche.
Mientras yo seguía paso a paso lo que me había indicado, noté que ella se untaba algo por todo el cuerpo mientras decía palabras ininteligibles. Yo me sentía más fatigado. Cuando terminé mi encomienda me pidió que la auxiliara para cambiarlo de ropa: le pusimos una de color blanca sin que el tipo reaccionara para nada. Mercedes tomó unos sorbos de una extraña bebida y juntó su boca con la mía para pasarme parte del líquido que había ingerido, después abrió más la boca y la apretó contra la mía, y en lugar de besarme, yo sentía como si me succionara con todas sus fuerzas y desesperación, como si tratara de absorber mi propia vida. Se retiró de mí y fue hacia su marido que estaba tendido sobre la cama, yo me desplomé sobre un sillón que estaba a un costado del dormitorio pegado a la pared, sentí como si me fuera a desmayar, pero hacía esfuerzos sobrehumanos para no hacerlo, pensaba que si lo hacía algo malo me iba a suceder y tal vez hasta perdiera la vida.
Sin causa aparente, el cuarto se oscureció al grado de que casi ya no podía ver nada, sin embargo me pareció distinguir que ella se acostaba a un lado de su marido y pegaba su boca a la de él de igual forma como lo había hecho antes conmigo. Me pareció asqueroso. Quise abandonar la casa en ese instante pero no tenía las fuerzas suficientes ni siquiera para ponerme de pie. Se me cerraron los ojos, mientras un marasmo hacía presa de mis sentidos, ya no estaba seguro de lo que realmente estuviera pasando en esa habitación. Sentí como si algo pesado, húmedo, sofocante, como el aliento enfermo de una enorme boca humana se apoderara de toda la atmósfera del cuarto.
Intenté ponerme de pie pero no lo conseguí, lo único que funcionaba en mí era una mínima parte de mi raciocinio. Me preguntaba ¿cómo es que había llegado hasta esta situación? ¿Por qué me atreví a entrar a esta casa habitada por un moribundo y una joven mujer que parece sólo querer estar jugando conmigo o tal vez quiera hasta matarme? En ese instante me pareció que el mundo era una cosa absurda y que lo único que valía la pena era abandonarse, abandonarse a esa situación hasta quedar profundamente dormido, inerte, como los muertos, descansando para siempre.
Me vi otra vez en la rueda de la fortuna, sentado en la misma canastilla con Mercedes, uno en cada extremo del asiento, hablándonos casi a gritos sin decirnos cuáles eran nuestras verdaderas intenciones, platicando de todo sin decirnos nada. Ella radiante, como una carnada a modo para un torpe visitante con sus deseos expuestos de vivir una aventura. Me sentí como ese personaje de la feria que se había transformado en una tortuga con cabeza de humano por una maldición de sus padres por haberlos desobedecido: “Pásenle a ver a esta momia viviente que conserva tan sólo el mínimo de energía para servir de ejemplo a todos aquellos lujuriosos, pásenle a ver cómo quedó este sujeto por no obedecer a la cordura y a la razón, véanlo cómo se arrastra por una simple sensualidad cotidiana.
No la sentí llegar, me debí quedar dormido, pero ya me sentía con fuerzas para ponerme de pie y salir de esa casa, lo iba a intentar cuando ella me lo impidió con amabilidad y con firmeza. Sin más se sentó a mi lado, yo no tenía fuerzas más que para admirar la piel hermosa de sus piernas que en ese momento nada sabían de contemplaciones. –Qué cansancio-, dijo al tiempo que echaba hacia atrás todo su cuerpo. Le miré el rostro, y en sus ojos descubrí no sé qué terrible y misteriosa correspondencia con la llama interior que todavía quemaba mis entrañas pasionales, que me hacía temblar las manos, que me sofocaba el aliento, que me hacía vibrar el corazón al borde del infarto. Un deseo asfixiante se desbordaba por mis instintos primitivos y me hacía olvidar todos mis temores anteriores, mis reflexiones y arrepentimientos. Caí sobre ella sin decirle nada, sin que tampoco Mercedes dijera nada, con una fuerza ciega y una urgencia animal que me parecía saldar una deuda y consagrar una suprema alegría antes de que me pasara cualquier cosa. Deseaba profundamente con lo último que me quedaba de fuerza, que mi torpeza hubiera valido de algo la pena.
Mientras el placer parecía vengarme provisionalmente de esta absurda aventura que no sabía cómo iba a terminar, Mercedes me otorgaba por un instante el olvido de todo. La intensa obscuridad ahora se apoderó de mi mente y sentí que caía a un abismo inmensamente profundo, y ya no supe más de ese momento que me había mantenido expectante, al borde de la locura, al margen de lo rutinariamente cuerdo. En aquel momento pensé que todo había terminado para mí.
Los recuerdos oníricos se interrumpen por el bullicio de la gente en las calles, la algarabía parece ser la de aquel entonces, cuando la feria a La Bandera se llevaba a cabo en el centro de la ciudad. Abro los ojos, ya es de noche, me quedé dormido después de haber pasado una terrible noche en vela. Veo a mi rededor, distingo los muebles y la decoración de aquella casa de Iguala en la que estuve allá por 1953. Me siento débil, como si el tiempo hubiera pasado vertiginosamente desde aquella fecha y que desde entonces no me hubiera movido de aquí. El ambiente se aclara un poco, puedo distinguir, aunque de manera borrosa, a Mercedes y su esposo un tanto cuanto restablecido, ambos salen de manera sigilosa de la habitación. Sobre mi cuerpo enjuto, amarillento como pergamino y los labios sellados por la resequedad, la noche pasa oscura, espesa, con su carga de silente complicidad.
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Sobre encuentro de escritores en Acapulco

En LA JORNADA GUERRERO, edición del 17 de septiembre de 2010, se publicó la siguiente nota:
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¿Qué hacer con el encuentro de escritores?
Roberto Ramírez Bravo
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Antes de entrar en el debate del tema que plantea el encabezado de este artículo, convendría retomar algunos aspectos que quedaron pendientes en el artículo publicado el miércoles.
El Encuentro de Escritores del Pacífico, que va ya en su tercera edición, debe aportar algo a la ciudad que le da cobijo. De otro modo, no tiene sentido.
Para revisar este asunto hay que comenzar por una definición: el encuentro no es resultado del esfuerzo particular de un par de esposos, como algunos repiten y sin duda creen, sino una acción institucional de gobierno, y se financia con los impuestos de todos los acapulqueños.
Por eso debe ser eficiente, incluyente y con calidad. El miércoles ponía como ejemplo a Gustavo Martínez Castellanos como alguien que no participa en el encuentro, pero en realidad habría que ampliar la lista: ¿por qué no se ha permitido leer a Isabel Valdeolívar, asistente asidua a sus tres ediciones, quien para poder participar en esta ocasión debió prácticamente arrebatar el micrófono entre una mesa de lectura y otra? ¿Por qué en sus tres años no han participado ni una sola vez escritores guerrerenses como José Agustín, Luis Zapata, José Dimayuga? ¿Se le ha invitado a Eduardo Añorve Zapata, a Victoria Enríquez, a Graciela Guinto, por citar algunos ejemplos individuales?
Se podría tener discrepancias en torno a la calidad de sus respectivas obras, pero eso es un asunto natural: hay quienes no gustan de la lectura de Gabriel García Márquez, o quienes consideran soso a José Saramago, en particular por su manejo del diálogo, o pesado a Carlos Fuentes. Eso, no obstante, no significa nada, pues precisamente es la variedad de acercamientos lo que hace la riqueza cultural.
¿Qué Bécquer ya está rebasado? ¿Y qué? ¿Qué Amado Nervo ya es historia? ¿Y qué?
Ahí están, existen o existieron. Así existen quienes salidos de Guerrero publican en otras latitudes y quienes andan buscando camino a ciegas en el puerto. Todos deben tener opción de acercarse.
Dice Eduardo Añorve que yo no puedo construir ni un párrafo, y Juan Villoro se asombra de mi trabajo. Pese a opiniones tan dispares, he sido partícipe en los tres encuentros. ¿Entonces, cuál es el criterio que debe prevalecer?
Votaré por la inclusión, que entren todos, y que quienes no sepan, aprendan; y quienes algo tengan, compartan. Eso sería un buen sentido para un encuentro, no sólo que sirva de escaparate para que algunos puedan ser conocidos más por los contactos que hagan al exterior, que por una obra de calidad (sin menoscabo, por supuesto, de quienes hacen obra de nivel).
Digámoslo en otras palabras: la obra se abre paso. Por su calidad, toma caminos o se queda estancada. Pero eso es otro asunto.
Al final de cuentas, el reconocimiento de las carencias culturales del puerto no puede ser un argumento para la segregación sino muy al contrario, debe llevar a tratar de incorporar al mayor número posible de personas en pos de un avance cultural.
En consecuencia, haré algunas propuestas, aunque sea solamente para abrir el debate.
En primer lugar, no estaría de más que se establezca un calendario preciso de las actividades previas a la organización del evento. Es decir, que se tenga con suficiente tiempo tanto el material para la promoción (volantes, carteles, invitaciones) para que se repartan y la población pueda enterarse y se acerque. De otro modo, si estos elementos se siguen guardando en las oficinas del municipio sin repartirse, se puede alegar erróneamente que hay desinterés ciudadano, cuando simplemente hay desconocimiento. También es importante que a los talleristas locales no se les deje fuera del programa impreso –pues éste es la guía de las actividades- como ocurrió en esta edición, sino que todos gocen del mismo tratamiento con los foráneos, que sí aparecieron ahí.
Que se integre una comisión consultiva, de opinión –no ejecutiva- para valorar los criterios con los cuales se determine quiénes participarán y en qué áreas, y qué temas conviene abordar para la discusión.
Que se vigile la aplicación de los recursos, para que éstos no sólo se centren en lo referente a la estancia de los escritores foráneos (hospedaje, alimentación y bebida) sino, sobre todo, se enfoquen a la promoción.
Finalmente, que la Secretaría de Desarrollo Social, que es de quien dependen estas actividades, asuma como compromiso no el hecho de cumplir con sacar adelante un encuentro, sino el de garantizar que éste deje algún beneficio para Acapulco, para los acapulqueños, y para la literatura en general.
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Sobre el encuentro de escritores del Pacífico

En LA JORNADA GUERRERO del 23 de septiembre de 2010, se publicó la siguiente nota:
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Sobre el Encuentro de Escritores del Pacífico
Judith Solís Téllez
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Tuve la oportunidad de participar en el Encuentro de Escritores del Pacífico, que se llevó del 24 al 28 de agosto en Acapulco, lo cual me permitió encontrar a algunos amigos, conocer escritores de otros rumbos y propuestas literarias actuales.
Adquirí varios libros, entre ellos: una antología del género negro compilada por Rodolfo J. M., Dos caminos, la novela de Paul Medrano, que fue presentada por Élmer Mendoza en forma de una amena entrevista con el autor, La Kaikema y otros relatos de Isaías Alanis. Aunque, por el momento, sólo he podido leer la novela Cómo me hice poeta, de Andrés Acosta, que me pareció muy divertida, por su ironía en el tratamiento de los personajes que no logran destacar como escritores y expresan su envidia al éxito ajeno de diversas formas.
Participé como moderadora en la presentación de Polvo, de Benito Taibo, un apasionado de Juan R. Escudero y de la historia de Acapulco, igual que su hermano Paco Ignacio Taibo II. Leí algunos de mis textos en la nueva Unidad Académica de Economía, en donde me reencontré con mis ex profesores de Economía Política en la Preparatoria 22 de Atoyac, Carmen y Roberto Cañedo.
Me tocó compartir la lectura con Guadalupe Ángela de Oaxaca que ganó un premio de poesía, con Ana Belén López, quien nos platicó sus peripecias como promotora de una revista en la Universidad Iberoamericana, con Isaías Alanís y con Ulber Sánchez, unos de nuestros jóvenes poetas.
Este Encuentro, al igual que el de Escritores Jóvenes promovido por Antonio Salinas, ofrece la oportunidad de conocer a los escritores y su obra. Escuché a los poetas y, aún, perduran en mi mente las imágenes recurrentes de la muerte del padre, la expresión poética de las emociones compartidas como seres humanos. Conocí la importante labor del Periódico de poesía de la UNAM y los esfuerzos que Ana Franco y su equipo realizan para incluir las diversas voces poéticas. Oí la excéntrica conferencia de Mario Bellatín y compré libros de su sello editorial.
En el encuentro anterior poco participé, ya que no podía terminar la reseña para la presentación de Las pausas concretas, de Roberto Ramírez Bravo. Me hubiera gustado, en esta ocasión, disponer de tiempo para comentar el libro Ojos que no ven, corazón desierto, de Íris García Cuevas, pero tenía mil papeles que arreglar para dos convocatorias de la Universidad Autónoma de Guerrero que salieron en vísperas y en plenas vacaciones de verano. Disfruté el hospedaje en el hermoso hotel El Mirador, la espléndida vista al mar y a los clavadistas de La Quebrada. No puedo decir que todo haya estado perfecto (“se hace camino al andar”) Me hubiera gustado que se respetaran los horarios establecidos, ya que tenía interés en escuchar la poesía de Luis Armenta y aunque llegamos a tiempo, la mesa se había adelantado.
Me parece que a los encuentros de escritores que se han llevado en Acapulco les han faltado los foros diversos, que harían posible incorporar a la gente interesada y, asimismo, que todo mundo se sintiera incluido. Esa es una experiencia que rescato como asistente al Encuentro de Escritores de Tierra Adentro en Ciudad Juárez, en el 2003.
Si bien el requisito de los participantes invitados es la publicación de un libro en Tierra Adentro, también cuenta con múltiples foros: uno abierto en el que todo mundo puede participar, en la plaza y sin un programa previo.
Otro espacio para los escritores locales y del estado, la lectura en las diversas escuelas, foros para escritores reconocidos y mesas de discusión.
El trato que se nos dio fue extraordinario. En la habitación del hotel nos esperaba una canasta con frutas y una botella de vino. En el bar en el que se llevaron a cabo presentaciones de libros se nos dieron boletos para adquirir bebidas. Lo más importante desde luego, no fue lo que se bebió o comió, ignoro cuánto haya gastado el municipio. Lo relevante de ese evento es demostrar que Ciudad Juárez es más que su violencia. Los esfuerzos que se realizan en la organización del Encuentro de Escritores del Pacífico, sin duda, van más allá de la parranda al término de las actividades programadas.
También en Taxco el INAH y el municipio pagan la estancia (hospedaje, comidas y cena de clausura con brindis) de los investigadores que durante cuatro días presentan sus ponencias o el Consejo de la Crónica en Chilpancingo, con el apoyo del gobierno cubre el costo de las comidas y de la cena (bebida incluida). Lo que importa más que la fiesta es lo que se comparte, lo que se discute. En el Encuentro de Escritores del Pacífico, organizado por Citlali Guerrero y Jeremías Marquínez, destacados poetas, aunado a la literatura pudimos plantear algo más que el lamento por la desaparición del Café Astoria. Compartir la experiencia sobre la importancia de los sitios de reunión, sobre todo en estos tiempos violentos, para no quedarnos solos con nuestras quejas.
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