jueves, 23 de septiembre de 2010

Tercer lugar, Primer Certamen Estatal de Cuento Corto "Elena Garro"

En la edición del miércoles 25 de agosto de 2010, DIARIO 21 publicó el siguiente cuento, de los que aquí se han publicado ya el primero y segundo lugares:
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Mercedes
3er. Lugar
Antonio Fernando León Díaz
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Las imágenes y los recuerdos me llegan con los primeros rayos del sol para irse multiplicando conforme pasan los minutos. No he podido dormir en toda la noche, he regresado a Iguala después de haber estado 57 años fuera. No volví jamás, no sé si fue a propósito o por azares del destino, el hecho es que me alejé de esta ciudad como si alguna fuerza extraña me impulsara a hacerlo. Ahora estoy aquí, a mis ochenta años de edad, intentando revivir en mi mente aquel mágico día, cuando conocí a Mercedes, mujer por quien en esta madrugada se agolpa en mí la melancolía. ¿Por por qué estoy aquí? ¿Qué busco? No lo sé, ojalá lo supiera.
Era el año de 1953, se festejaba en Iguala la primera feria a La Bandera. Había puestos de vendimia en el atrio de la iglesia y en el parque que estaba enfrente, el cual, si no mal recuerdo, tenía 32 tamarindos a su alrededor. En la contra esquina del atrio, estaban los juegos mecánicos. Todo ubicado en el centro de esta apacible ciudad.
Yo tenía por aquel entonces 23 años de edad y no era mal parecido, y como me gustaba practicar el baloncesto y la natación, tenía un cuerpo medio atlético, en pocas palabras era yo un buen mozo. Trabajaba como agente de ventas de una de las distribuidoras de productos de mercería más importantes del país, y estaba en Iguala precisamente para abrir mercado a esos productos, y qué mejor ocasión que cuando se festejaba por primera vez en su historia La Feria a La Bandera en esta ciudad. Después de recorrer los negocios de esa población, me fui al hotel en donde me había hospedado, ubicado a un costado del parque. Me bañé y me recosté para reposar del ajetreado día que había tenido, el cansancio hizo que el sueño hiciera presa de mí. Como la ventana de mi cuarto daba hacia el parque, al iniciar la noche me despertó el bullicio de los lugareños y visitantes que ya comenzaban a divertirse en la feria. Me vestí y salí a curiosear un rato, era una celebración sencilla para mi gusto, ya que por mi trabajo había tenido la oportunidad de conocer grandes ciudades con festividades más elaboradas.
Iba caminando entre los juegos mecánicos cuando observé a una joven hermosa que quería subirse a la rueda de la fortuna, pero le faltaba alguien que la acompañara, ya que los asientos eran para dos personas. Como me sentí sumamente atraído por esa mujer, me apresuré a comprar mi boleto y le dije que si podíamos ir juntos, puesto que ambos estábamos sin acompañante. Ella dudó un poco en aceptar mi compañía, pero finalmente accedió aunque con cierta desconfianza porque se sentó retirada de mí. Le dije quien era y del por qué de mi paso por Iguala, ya que ella previamente me dijo que nunca me había visto por su tierra. Cuando le pregunté cómo se llamaba, ella me respondió: Mercedes. En ese instante sentí como si su nombre besara mis labios, y no tuve otro pensamiento más que el de estar el mayor tiempo posible en su compañía.
Bajamos del juego y la invité a que me acompañara por la feria, argumentando que yo no conocía a nadie. Mercedes accedió amablemente, aunque la desconfianza hacia mí seguía presente, pues caminaba retirada a una prudente distancia de mi persona, como si tuviera algún temor de que nos vieran juntos. Pasamos un largo rato entre los juegos y los puestos de vendimia, nos comimos un algodón de azúcar y tomamos agua de tamarindo. Antes de que yo bebiera el agua fresca me dijo: Ten cuidado, si quieres mejor toma agua de otra fruta, porque se dice que los fuereños que toman agua de tamarindo en Iguala, se quedan aquí para toda la vida. Yo me reí y le dije: Pues ya estará de Dios que muera por estas tierras tamarinderas. Después de mi respuesta, le di un enorme trago a mi agua de tamarindo. Ella sonrió, ahora con un gesto de malicia que no le había visto toda la noche.
Me platicó sobre muchas cosas, como el hecho de que en 1932 se festejó el centenario de haber plantado los tamarindos aquí en Iguala por el general Luis Gonzaga Vieyra, que se eligió una reina de los festejos y que la que ganó se llamaba igual que ella: Mercedes, pero que era muda. Sin embargo no me platicó nada en particular de su persona, se veía contenta en mi compañía y nada más, mientras yo buscaba un espacio en la conversación para insinuarle mis intenciones de iniciar un romance, ella muy hábilmente insertaba tópicos en la charla que lo impedían. Miró su reloj y dijo: ¡Cielos es muy tarde!, ya van a dar las diez, ¿me podrías acompañar a mi casa? Respondí de inmediato: ¡Claro que sí, para mí es un honor!
Caminamos hacia un costado del parque unas cuatro o cinco calles hasta que se detuvo frente a una puerta. Me dijo: Aquí vivo, soy casada, mi esposo es de mayor edad que yo y está delicado de salud, posiblemente ya esté dormido, gracias por tu compañía. En ese instante me sentí ridículo, yo pensando en un romance y ella en su marido enfermo. Le iba a ofrecer mi mano para despedirme cuando me dijo: Ah, por cierto, no sé si sepas algo de plomería, está tapada la tubería del fregadero, ¿podrías pasar para ver si la puedes arreglar? Le respondí: ¿Y tu esposo, no se enojará? Ella me respondió: No lo creo, además ya está dormido, debe de haberse tomado ya su medicina y esa le provoca cierta somnolencia. Le dije: pero yo no tengo herramienta para eso. Ella contestó: Aquí en casa tenemos, pasa y échale un vistazo, total, si no se puedes o la herramienta no te sirve pues ni modo.
Me hizo pasar al interior de su casa, era de dos pisos, en el de arriba estaban las recámaras, y ahí supuse estaría dormido su esposo sumamente enfermo. Mercedes me condujo a la cocina, sacó de un mueble una caja de herramientas y me las dio. Me dijo: Revisa el desperfecto, yo en seguida vuelvo, voy a ver cómo está mi esposo, siéntete en confianza.
Tomé la herramienta y me metí debajo del fregadero, estaba de espaldas con medio cuerpo adentro de un espacio construido de cemento exprofeso para colocar el mueble para lavar los trastes. Estaba intentando aflojar una tuerca que unía a dos tubos, cuando escuché los pasos diminutos de Mercedes. Caminó hacia el fregadero y pude ver que vestía una bata de dormir muy delgada, casi transparente, que descubría parte de sus piernas firmes y elásticas a cada paso que daba de manera por demás encantadora. Se paró cerca de mi cintura y dijo: ¿Podrás arreglar el daño? Sin haberme dado cuenta de qué clase de daño se trataba o si es que acaso podría yo repararlo, le respondí: No es grave, parece que lo podré arreglar en un momento. El estar dentro de su casa y las ansias de estar con ella, me hacían comportarme con demasiada imprudencia, sin pensar en la reacción de su esposo si es que llegaba a despertar y nos viera en la cocina, o si llegaba algún otro pariente y al desconocerme fuera pensar lo peor de esa situación.
Mercedes se inclinó para poder mirar lo que yo hacía, pero desde esa posición no podía verme porque el mueble del fregadero era muy ancho, entonces se arrodilló, introdujo un poco la cabeza en donde yo estaba, y después de su rostro de abismal belleza, vi sus senos que se desbordaban por entre la abertura de su bata. Levanté lo más que pude mi cabeza y le dije con tono de reclamo: ¿Qué es lo que quieres en realidad? Comprendió mi turbación y debió de leer en mis ojos el terrible deseo que me inundaba, pues sonriendo con malicia de quien se siente dueña de la situación, me dijo: Nada, ¿por qué?
Sin embargo ella seguía en la misma posición, y no hacía nada por cerrar el cuello de su bata que me seguía permitiendo admirar a sus senos provocativos, beligerantes, casi desnudos. Me hubiera bastado estirar el brazo para tocarlos….., y lo estiré. Sentí una tibieza palpitante y ardiente, y una suavidad de terciopelo que me transportaba más allá de la cordura. Atraje su cabeza hacia mí y nos besamos. Después del beso se incorporó nerviosamente y yo me puse de pie, ella tenía un cierto aire de arrepentimiento pero al mismo tiempo de satisfacción. –Mi marido está muy enfermo-, dijo tranquilamente. Yo seguía mirándola con un terrible deseo, casi sin escuchar sus palabras. Pasó muy mala noche –volvió a decir-, es una extraña enfermedad que lo va consumiendo poco a poco, como si algo lo fuera chupando por dentro, nos han sugerido cierta forma de curarlo pero no la hemos intentado, nos parece muy riesgosa. Después ella ya no dijo nada y yo tampoco encontraba algún comentario adecuado para el momento, me cegaba el deseo que Mercedes ya había despertado en mí. A la decepción, se sumaba la impotencia y el resentimiento por su provocación a ultranza: ¿cómo se transita por la geografía de un deseo inexpugnable? La incomodidad del silencio patético que había entre ella y yo se rompió con una voz grave y vieja, quejumbrosa por demás: Mercedes, sube, siento que ahora sí me estoy muriendo. Su marido la solicitaba tal vez porque había empeorado su condición, o alguna incomodidad lo agobiaba.
Ella me acarició la nuca, me dio un ligero beso en los labios y me dijo con voz sensual pero persuasiva: Sube, acompáñame para que lo conozcas, no va a pasar nada, de seguro ni te va a ver, está tan débil, además necesito que me ayudes en algo. No sé por qué decidí subir a la recamara del moribundo, ¿por morbo?, ¿incredulidad de que tal vez no era lo que parecía?, ¿audacia de que a lo mejor el romance se daba en una de las recámaras? No lo sé, pero subí. Lo vi desde la puerta, el rostro del hombre se veía sumamente amarillento, para ser más preciso como pergamino, dicen que se necesita que la muerte lo agarre a uno de las entrañas para que los seres y las cosas se parezcan a los pergaminos, pero ese hombre todavía respiraba, aunque con mucha dificultad.
Mercedes me pidió que lo auxiliara para aplicarle un tratamiento a su esposo, me sentí estúpido ante esa situación pero acepté, más por lástima hacia aquel pobre hombre moribundo que por querer quedar bien con ella. Me dijo que tomara una pomada color verdosa y que se la untara en el pecho. Me indicaba los movimientos precisos que yo debía hacer tal como si ella fuera una experta curandera. Cuando frotaba el pecho del marido, sentí como si él expulsara un vaho gélido y fétido hacia mi cara, volteé de inmediato, pero el rostro de aquel hombre parecía como petrificado con sus labios sellados por la resequedad, en ese momento hasta me pareció increíble que ese sujeto hubiera hablado hace apenas un rato. Le pregunté a ella: ¿Por qué no dice nada si hace un rato habló? Me respondió: No lo sé, son muy frecuentes las ocasiones en que dice unas cuantas palabras y después pasa hasta un par de horas sin decir nada.
Me apresuré a terminar con mi encomienda, pues no deseaba que este hombre se despertara y me hablara cuando yo estuviera con mis manos sobre él. No sé por qué, pero en ese momento comencé a sentir un poco de temor. Pensé: “¿y si se muere?, a lo mejor me echan la culpa de que vine a ahogarlo para quedarme con la viudita”. Lo único que se me vino a la mente fue el salir lo más rápido posible de ese lugar. Le dije: Ya terminé, te dejo en paz, yo me retiro. Ella respondió: Espera un poco más. Falta otra cosa. Ayúdame con eso y ya no te molestaré, podrás irte a seguir disfrutando de la feria de mi pueblo. Miré por la ventana, la noche seguía indiferente su milenario curso por entre las estrellas y la luna, entre las ilusiones de los enamorados y entre las cosas más triviales de nuestra existencia. Dentro del cuarto sentía calor, inexplicablemente el frotarle esa pomada en el torso al viejo me había provocado cierta fatiga que me invitaba al sueño. Está bien -le dije-, pero apresúrate, porque me siento cansado y con sueño, deseo lo más pronto posible estar en mi cuarto y dormirme.
Mercedes me dio instrucciones: Toma ese ungüento azul y úntale un poquito en cada uno de sus párpados, con ese líquido amarillo humedécete las manos y frota su cabello, después mójale siete veces los labios con ese líquido que parece leche.
Mientras yo seguía paso a paso lo que me había indicado, noté que ella se untaba algo por todo el cuerpo mientras decía palabras ininteligibles. Yo me sentía más fatigado. Cuando terminé mi encomienda me pidió que la auxiliara para cambiarlo de ropa: le pusimos una de color blanca sin que el tipo reaccionara para nada. Mercedes tomó unos sorbos de una extraña bebida y juntó su boca con la mía para pasarme parte del líquido que había ingerido, después abrió más la boca y la apretó contra la mía, y en lugar de besarme, yo sentía como si me succionara con todas sus fuerzas y desesperación, como si tratara de absorber mi propia vida. Se retiró de mí y fue hacia su marido que estaba tendido sobre la cama, yo me desplomé sobre un sillón que estaba a un costado del dormitorio pegado a la pared, sentí como si me fuera a desmayar, pero hacía esfuerzos sobrehumanos para no hacerlo, pensaba que si lo hacía algo malo me iba a suceder y tal vez hasta perdiera la vida.
Sin causa aparente, el cuarto se oscureció al grado de que casi ya no podía ver nada, sin embargo me pareció distinguir que ella se acostaba a un lado de su marido y pegaba su boca a la de él de igual forma como lo había hecho antes conmigo. Me pareció asqueroso. Quise abandonar la casa en ese instante pero no tenía las fuerzas suficientes ni siquiera para ponerme de pie. Se me cerraron los ojos, mientras un marasmo hacía presa de mis sentidos, ya no estaba seguro de lo que realmente estuviera pasando en esa habitación. Sentí como si algo pesado, húmedo, sofocante, como el aliento enfermo de una enorme boca humana se apoderara de toda la atmósfera del cuarto.
Intenté ponerme de pie pero no lo conseguí, lo único que funcionaba en mí era una mínima parte de mi raciocinio. Me preguntaba ¿cómo es que había llegado hasta esta situación? ¿Por qué me atreví a entrar a esta casa habitada por un moribundo y una joven mujer que parece sólo querer estar jugando conmigo o tal vez quiera hasta matarme? En ese instante me pareció que el mundo era una cosa absurda y que lo único que valía la pena era abandonarse, abandonarse a esa situación hasta quedar profundamente dormido, inerte, como los muertos, descansando para siempre.
Me vi otra vez en la rueda de la fortuna, sentado en la misma canastilla con Mercedes, uno en cada extremo del asiento, hablándonos casi a gritos sin decirnos cuáles eran nuestras verdaderas intenciones, platicando de todo sin decirnos nada. Ella radiante, como una carnada a modo para un torpe visitante con sus deseos expuestos de vivir una aventura. Me sentí como ese personaje de la feria que se había transformado en una tortuga con cabeza de humano por una maldición de sus padres por haberlos desobedecido: “Pásenle a ver a esta momia viviente que conserva tan sólo el mínimo de energía para servir de ejemplo a todos aquellos lujuriosos, pásenle a ver cómo quedó este sujeto por no obedecer a la cordura y a la razón, véanlo cómo se arrastra por una simple sensualidad cotidiana.
No la sentí llegar, me debí quedar dormido, pero ya me sentía con fuerzas para ponerme de pie y salir de esa casa, lo iba a intentar cuando ella me lo impidió con amabilidad y con firmeza. Sin más se sentó a mi lado, yo no tenía fuerzas más que para admirar la piel hermosa de sus piernas que en ese momento nada sabían de contemplaciones. –Qué cansancio-, dijo al tiempo que echaba hacia atrás todo su cuerpo. Le miré el rostro, y en sus ojos descubrí no sé qué terrible y misteriosa correspondencia con la llama interior que todavía quemaba mis entrañas pasionales, que me hacía temblar las manos, que me sofocaba el aliento, que me hacía vibrar el corazón al borde del infarto. Un deseo asfixiante se desbordaba por mis instintos primitivos y me hacía olvidar todos mis temores anteriores, mis reflexiones y arrepentimientos. Caí sobre ella sin decirle nada, sin que tampoco Mercedes dijera nada, con una fuerza ciega y una urgencia animal que me parecía saldar una deuda y consagrar una suprema alegría antes de que me pasara cualquier cosa. Deseaba profundamente con lo último que me quedaba de fuerza, que mi torpeza hubiera valido de algo la pena.
Mientras el placer parecía vengarme provisionalmente de esta absurda aventura que no sabía cómo iba a terminar, Mercedes me otorgaba por un instante el olvido de todo. La intensa obscuridad ahora se apoderó de mi mente y sentí que caía a un abismo inmensamente profundo, y ya no supe más de ese momento que me había mantenido expectante, al borde de la locura, al margen de lo rutinariamente cuerdo. En aquel momento pensé que todo había terminado para mí.
Los recuerdos oníricos se interrumpen por el bullicio de la gente en las calles, la algarabía parece ser la de aquel entonces, cuando la feria a La Bandera se llevaba a cabo en el centro de la ciudad. Abro los ojos, ya es de noche, me quedé dormido después de haber pasado una terrible noche en vela. Veo a mi rededor, distingo los muebles y la decoración de aquella casa de Iguala en la que estuve allá por 1953. Me siento débil, como si el tiempo hubiera pasado vertiginosamente desde aquella fecha y que desde entonces no me hubiera movido de aquí. El ambiente se aclara un poco, puedo distinguir, aunque de manera borrosa, a Mercedes y su esposo un tanto cuanto restablecido, ambos salen de manera sigilosa de la habitación. Sobre mi cuerpo enjuto, amarillento como pergamino y los labios sellados por la resequedad, la noche pasa oscura, espesa, con su carga de silente complicidad.
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Sobre encuentro de escritores en Acapulco

En LA JORNADA GUERRERO, edición del 17 de septiembre de 2010, se publicó la siguiente nota:
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¿Qué hacer con el encuentro de escritores?
Roberto Ramírez Bravo
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Antes de entrar en el debate del tema que plantea el encabezado de este artículo, convendría retomar algunos aspectos que quedaron pendientes en el artículo publicado el miércoles.
El Encuentro de Escritores del Pacífico, que va ya en su tercera edición, debe aportar algo a la ciudad que le da cobijo. De otro modo, no tiene sentido.
Para revisar este asunto hay que comenzar por una definición: el encuentro no es resultado del esfuerzo particular de un par de esposos, como algunos repiten y sin duda creen, sino una acción institucional de gobierno, y se financia con los impuestos de todos los acapulqueños.
Por eso debe ser eficiente, incluyente y con calidad. El miércoles ponía como ejemplo a Gustavo Martínez Castellanos como alguien que no participa en el encuentro, pero en realidad habría que ampliar la lista: ¿por qué no se ha permitido leer a Isabel Valdeolívar, asistente asidua a sus tres ediciones, quien para poder participar en esta ocasión debió prácticamente arrebatar el micrófono entre una mesa de lectura y otra? ¿Por qué en sus tres años no han participado ni una sola vez escritores guerrerenses como José Agustín, Luis Zapata, José Dimayuga? ¿Se le ha invitado a Eduardo Añorve Zapata, a Victoria Enríquez, a Graciela Guinto, por citar algunos ejemplos individuales?
Se podría tener discrepancias en torno a la calidad de sus respectivas obras, pero eso es un asunto natural: hay quienes no gustan de la lectura de Gabriel García Márquez, o quienes consideran soso a José Saramago, en particular por su manejo del diálogo, o pesado a Carlos Fuentes. Eso, no obstante, no significa nada, pues precisamente es la variedad de acercamientos lo que hace la riqueza cultural.
¿Qué Bécquer ya está rebasado? ¿Y qué? ¿Qué Amado Nervo ya es historia? ¿Y qué?
Ahí están, existen o existieron. Así existen quienes salidos de Guerrero publican en otras latitudes y quienes andan buscando camino a ciegas en el puerto. Todos deben tener opción de acercarse.
Dice Eduardo Añorve que yo no puedo construir ni un párrafo, y Juan Villoro se asombra de mi trabajo. Pese a opiniones tan dispares, he sido partícipe en los tres encuentros. ¿Entonces, cuál es el criterio que debe prevalecer?
Votaré por la inclusión, que entren todos, y que quienes no sepan, aprendan; y quienes algo tengan, compartan. Eso sería un buen sentido para un encuentro, no sólo que sirva de escaparate para que algunos puedan ser conocidos más por los contactos que hagan al exterior, que por una obra de calidad (sin menoscabo, por supuesto, de quienes hacen obra de nivel).
Digámoslo en otras palabras: la obra se abre paso. Por su calidad, toma caminos o se queda estancada. Pero eso es otro asunto.
Al final de cuentas, el reconocimiento de las carencias culturales del puerto no puede ser un argumento para la segregación sino muy al contrario, debe llevar a tratar de incorporar al mayor número posible de personas en pos de un avance cultural.
En consecuencia, haré algunas propuestas, aunque sea solamente para abrir el debate.
En primer lugar, no estaría de más que se establezca un calendario preciso de las actividades previas a la organización del evento. Es decir, que se tenga con suficiente tiempo tanto el material para la promoción (volantes, carteles, invitaciones) para que se repartan y la población pueda enterarse y se acerque. De otro modo, si estos elementos se siguen guardando en las oficinas del municipio sin repartirse, se puede alegar erróneamente que hay desinterés ciudadano, cuando simplemente hay desconocimiento. También es importante que a los talleristas locales no se les deje fuera del programa impreso –pues éste es la guía de las actividades- como ocurrió en esta edición, sino que todos gocen del mismo tratamiento con los foráneos, que sí aparecieron ahí.
Que se integre una comisión consultiva, de opinión –no ejecutiva- para valorar los criterios con los cuales se determine quiénes participarán y en qué áreas, y qué temas conviene abordar para la discusión.
Que se vigile la aplicación de los recursos, para que éstos no sólo se centren en lo referente a la estancia de los escritores foráneos (hospedaje, alimentación y bebida) sino, sobre todo, se enfoquen a la promoción.
Finalmente, que la Secretaría de Desarrollo Social, que es de quien dependen estas actividades, asuma como compromiso no el hecho de cumplir con sacar adelante un encuentro, sino el de garantizar que éste deje algún beneficio para Acapulco, para los acapulqueños, y para la literatura en general.
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Sobre el encuentro de escritores del Pacífico

En LA JORNADA GUERRERO del 23 de septiembre de 2010, se publicó la siguiente nota:
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Sobre el Encuentro de Escritores del Pacífico
Judith Solís Téllez
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Tuve la oportunidad de participar en el Encuentro de Escritores del Pacífico, que se llevó del 24 al 28 de agosto en Acapulco, lo cual me permitió encontrar a algunos amigos, conocer escritores de otros rumbos y propuestas literarias actuales.
Adquirí varios libros, entre ellos: una antología del género negro compilada por Rodolfo J. M., Dos caminos, la novela de Paul Medrano, que fue presentada por Élmer Mendoza en forma de una amena entrevista con el autor, La Kaikema y otros relatos de Isaías Alanis. Aunque, por el momento, sólo he podido leer la novela Cómo me hice poeta, de Andrés Acosta, que me pareció muy divertida, por su ironía en el tratamiento de los personajes que no logran destacar como escritores y expresan su envidia al éxito ajeno de diversas formas.
Participé como moderadora en la presentación de Polvo, de Benito Taibo, un apasionado de Juan R. Escudero y de la historia de Acapulco, igual que su hermano Paco Ignacio Taibo II. Leí algunos de mis textos en la nueva Unidad Académica de Economía, en donde me reencontré con mis ex profesores de Economía Política en la Preparatoria 22 de Atoyac, Carmen y Roberto Cañedo.
Me tocó compartir la lectura con Guadalupe Ángela de Oaxaca que ganó un premio de poesía, con Ana Belén López, quien nos platicó sus peripecias como promotora de una revista en la Universidad Iberoamericana, con Isaías Alanís y con Ulber Sánchez, unos de nuestros jóvenes poetas.
Este Encuentro, al igual que el de Escritores Jóvenes promovido por Antonio Salinas, ofrece la oportunidad de conocer a los escritores y su obra. Escuché a los poetas y, aún, perduran en mi mente las imágenes recurrentes de la muerte del padre, la expresión poética de las emociones compartidas como seres humanos. Conocí la importante labor del Periódico de poesía de la UNAM y los esfuerzos que Ana Franco y su equipo realizan para incluir las diversas voces poéticas. Oí la excéntrica conferencia de Mario Bellatín y compré libros de su sello editorial.
En el encuentro anterior poco participé, ya que no podía terminar la reseña para la presentación de Las pausas concretas, de Roberto Ramírez Bravo. Me hubiera gustado, en esta ocasión, disponer de tiempo para comentar el libro Ojos que no ven, corazón desierto, de Íris García Cuevas, pero tenía mil papeles que arreglar para dos convocatorias de la Universidad Autónoma de Guerrero que salieron en vísperas y en plenas vacaciones de verano. Disfruté el hospedaje en el hermoso hotel El Mirador, la espléndida vista al mar y a los clavadistas de La Quebrada. No puedo decir que todo haya estado perfecto (“se hace camino al andar”) Me hubiera gustado que se respetaran los horarios establecidos, ya que tenía interés en escuchar la poesía de Luis Armenta y aunque llegamos a tiempo, la mesa se había adelantado.
Me parece que a los encuentros de escritores que se han llevado en Acapulco les han faltado los foros diversos, que harían posible incorporar a la gente interesada y, asimismo, que todo mundo se sintiera incluido. Esa es una experiencia que rescato como asistente al Encuentro de Escritores de Tierra Adentro en Ciudad Juárez, en el 2003.
Si bien el requisito de los participantes invitados es la publicación de un libro en Tierra Adentro, también cuenta con múltiples foros: uno abierto en el que todo mundo puede participar, en la plaza y sin un programa previo.
Otro espacio para los escritores locales y del estado, la lectura en las diversas escuelas, foros para escritores reconocidos y mesas de discusión.
El trato que se nos dio fue extraordinario. En la habitación del hotel nos esperaba una canasta con frutas y una botella de vino. En el bar en el que se llevaron a cabo presentaciones de libros se nos dieron boletos para adquirir bebidas. Lo más importante desde luego, no fue lo que se bebió o comió, ignoro cuánto haya gastado el municipio. Lo relevante de ese evento es demostrar que Ciudad Juárez es más que su violencia. Los esfuerzos que se realizan en la organización del Encuentro de Escritores del Pacífico, sin duda, van más allá de la parranda al término de las actividades programadas.
También en Taxco el INAH y el municipio pagan la estancia (hospedaje, comidas y cena de clausura con brindis) de los investigadores que durante cuatro días presentan sus ponencias o el Consejo de la Crónica en Chilpancingo, con el apoyo del gobierno cubre el costo de las comidas y de la cena (bebida incluida). Lo que importa más que la fiesta es lo que se comparte, lo que se discute. En el Encuentro de Escritores del Pacífico, organizado por Citlali Guerrero y Jeremías Marquínez, destacados poetas, aunado a la literatura pudimos plantear algo más que el lamento por la desaparición del Café Astoria. Compartir la experiencia sobre la importancia de los sitios de reunión, sobre todo en estos tiempos violentos, para no quedarnos solos con nuestras quejas.
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lunes, 20 de septiembre de 2010

Presentación del libro "Ritual del Paraíso", en Chilpancingo


En la edición del 20 de septiembre de 2010, el periódico PUEBLO publicó la siguiente nota:
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Presentan el libro Ritual del Paraíso, de Evelia Flores
Encierra la esencia de una mujer en todos los sentidos, señalaron comentaristas de la obra
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La escritora originaria de La Ciénega, de Coyuca de Catalán, Evelia Flores Ríos presentó su nueva edición titulada Ritual del Paraíso, en el club rotario de esta ciudad.
En dicho evento estuvo presente el escritor Mario Ruiz, entre otros miembros distinguidos.
Esta obra consta de 111 páginas; en ella se plasman varios poemas como Ritual de la mujer, Soñándote, Dualidad, Tuya soy, Seducción, Fuego, lluvia, mar, Así me quedara, Ser uno solo, Laberinto, Fruto del balsas, entre otros.
En ellos la escritora con un juego de palabras expresa el erotismo cargado de emoción estética, un verdadero ritual que no se excluye al amor, sino por el contrario multiplica el erótico aliento.
Dicha obra fue comentada por la maestra Martha Elena Salinas, Antolín Orozco Luviano y comentarios finales de Leodegario Correa.
Coincidieron que Ritual del Paraíso es una obra que encierra la esencia de una mujer en todos los sentidos, ahí se juega con las palabras y recrea las emociones de pareja en la vida diaria.
Cada poema de Ritual del Paraíso cuenta con bosquejos elaborados por el pintor Mario Ruiz, quien además plasmó esas frases del poema en unos cuadros, los cuales también fueron exhibidos en esta presentación de libro. Cerca de 50 cuadros fueron exhibidos al interior del salón.
En entrevista Flores Ríos señaló que el motor que la llevó a realizar este tipo de obra es el amor a sí misma, el amor en la familia, esa obra que día a día construye con su pareja.
Expresó que posteriormente esa obra será presentada en su municipio, es decir Coyuca de Catalán, pues decidió llevar a cabo la primera presentación en Pungarabato, porque antes de que el libro de editara, varios amigos le expresaron su apoyo para que la obra fuera exhibida en esta ciudad.
Agregó que Ritual de Paraíso ya fue presentada en Morelia, Huetamo, Guanajuato y en unos días se presentarán en la ciudad de México en la Casa Guerrerense. (ANG)
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Consulta del 20 de septiembre de 2010, en:

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Sobre los "escritores del Pacífico"

En LA JORNADA GUERRERO, del 15 de septiembre de 2010, aparece la siguiente nota:
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Escritores del Pacífico
Roberto Ramírez Bravo
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Hace casi un mes se celebró en Acapulco el Tercer Encuentro de Escritores del Pacífico. Ha pasado, pues, tiempo suficiente para reflexionar sobre los saldos de dicho acontecimiento.
En 2008, en un Acapulco gobernado por el PRD, comenzaron a realizarse estas reuniones que fueron retomadas por la siguiente administración priísta, ya por segunda ocasión. Como su nombre lo dice, se trata de un momento en que quienes escriben se encuentran, se miran, se reconocen y, se supone, habrían de discutir sobre los temas de interés de su arte u oficio.
Además, es un fenómeno que ha crecido geográficamente, al llegar hasta Centroamérica; y en cantidad, pues pasó de una treintena de asistentes el primer año, a 63 en el actual; y en presupuesto, pues pasó de 280 mil pesos el año pasado, 540 en este año.
Pero, ¿cuál es el saldo que ha dejado este encuentro a la ciudad que lo organiza, lo patrocina y recibe a sus participantes?
En 2010, el Encuentro contó la presencia de 63 escritores, de los cuales 23 eran locales. Según el programa, debieron haberse realizado cuatro talleres –impartidos tres de ellos por Ernesto Lumbreras-, tres conferencias, 13 mesas de lecturas en la Casona de Juárez y 17 en universidades; una charla; 11 presentaciones de libros, y una presentación de una revista o más bien un periódico, el de poesía de la UNAM.
No es que todo deba tasarse en dinero, pero vale destacar que en promedio cada uno de los escritores foráneos (los que tenían derecho a pasaje, hospedaje y alimentos) costó al municipio 13 mil 500 pesos. Si se toma en cuenta que unos tuvieron estancias cortas, y venían de distintas distancias, el monto podría cambiar, a más o menos.
Dado que no hubo promoción antes, durante ni después del encuentro –a no ser un anuncio espectacular que se colocó en la avenida Cuauhtémoc el mismo día en que iniciaba y aún permanece frente a la calle Bernal Díaz del Castillo, sin otra cosa que el nombre y el logotipo-, y si tampoco se remuneró a los participantes, entonces todo el dinero se utilizó en su estancia.
Ello no necesariamente está mal, pero la pregunta es: ¿qué dejaron al puerto los escritores?
A tres años, no se conocen los criterios de selección de los participantes ni por qué unos presentan libros u otros imparten talleres y unos más solamente leen. Tampoco se sabe por qué hay gente que de plano no participa, como Gustavo Martínez Castellanos, con quien se podrá disentir pero no se puede negar que escribe. Desconozco si él y su grupo quisieran asistir, pero debería invitárseles. ¿Y cómo le hacen para participar quienes no son conocidos por los organizadores?
No es explicable por qué hay tantas fallas minúsculas en la elaboración del programa, en los datos, en los textos de presentación. Ni tampoco que con 63 participantes, en las actividades el promedio de asistencia oscile entre 20 y 30 a lo más.
Lo que ha de ser más importante es que la ciudad como tal no se ve involucrada ni el encuentro le deja ninguna huella. Se dirá que es como uno de médicos, o de radiólogos, o de contadores, que sólo ellos saben de su existencia porque se reúnen entre pares. Sin embargo, en esos casos los asistentes pagan sus gastos, y en éste es la ciudad la que los cubre. Al menos, algo debe recibir en contrapartida.
Tampoco “la literatura” en un sentido amplio se ve beneficiada, pues en ninguna de sus tres ediciones han surgido debates sobre las preocupaciones estéticas de los participantes, ni tampoco se han tendido puentes entre quienes ya están escribiendo y los que no lo hacen pero desearían hacerlo, ni hay una memoria escrita (se dijo que este año la habría, pero no se conoce el mecanismo para elegir qué textos la integrarán). Muy poco, pues, hay que trascienda la mera anécdota de la reunión.
Si se tiene la idea de que en Acapulco hay poca literatura de calidad –lo cual, desde luego, siempre hay que discutirlo- un encuentro de escritores financiado por el municipio debería ser una punta de lanza para avanzar en ese sentido.
Quizá sea momento de empezar a revisar fondo y forma de estos encuentros. Deben continuar y mejorarse. Sin embargo, su mejoría no está en ampliar geográficamente ni en número de asistentes, sino en ampliar su espectro de promoción de la creación literaria.
No sólo es cosa de ir a las escuelas con algunos alumnos que no supieron ni de dónde les cayeron los escritores, sino tener una puerta abierta para que aquellos que no están en esas aulas, pero que se interesan en el tema, puedan acercarse. ¿Cómo sabrá el estudiante del CBTIS 14 –al que, por ejemplo, no llegó el encuentro–, o el de Bachilleres 16, o el del Conalep, o al simple habitante de Rena o la colonia Jardín, que Ernesto Lumbreras y Juan José Rodríguez impartirían cuatro talleres de los que podrían beneficiarse, y que Benito Taibo presentaría una novela, y que habría una charla sobre Lezama Lima?
Es hora, pues, de empezar a revisar el Encuentro de Escritores del Pacífico. No para que acabe, sino a que se mejore. En principio, que clarifique sus métodos de selección y participación. Que llegue a toda la población. Que sea incluyente, que los invitados participen realmente, y por último, que antes, durante y después, sea centro de una discusión amplia.
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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Sobre la alfabetización en el estado


Alfabetizar Guerrero
Sergio Tavira Román
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Desde el domingo 29 de agosto en Acapulco, luego en los subsecuentes actos en que ha venido apareciendo, incluido el del domingo cinco de septiembre en el que el PRD lo designó candidato en su Consejo Estatal, Ángel Aguirre ha venido anunciando que terminará con el analfabetismo en Guerrero. Llama la atención porque es un tema al que escasa atención se le pone.
Tampoco es cualquier cosa el problema, forma parte de lo que se conoce como Rezago Educativo, que incluye a las personas en condiciones de no saber leer ni escribir, de no haber terminado la primaria, y de no haber terminado la secundaria entre la población en rangos de edad de quince años o más. La suma del problema nos da un porcentaje dramático de 54.2 por ciento.
Según el Inegi 2005, aún no tenemos los datos del 2010, la población total de Guerrero es de 3,115,202 y de ella 1,947,210 están en el rango de mayores de quince años, y de esta franja 54.2 de cada cien están en rezago educativo. Para el caso concreto del analfabetismo el porcentaje es de 19.9 por ciento, que en cifras da 386, 679. Veamos del tema algo de lo que se ha hecho en Guerrero.
El Instituto Estatal para la Educación de Jóvenes y Adultos atiende a la población en rezago, hace veintinueve años. También atiende primaria y secundaria no terminada, lo mismo que prepa. Es un programa descentralizado con un presupuesto decoroso que para el 2010 es de poco más de 72 millones de pesos. Claro, incluye los diferentes niveles y sus alcances llegan a EU y población indígena.
La otra dependencia que atiende población analfabeta es la Cruzada de Alfabetización “Ignacio Manuel Altamirano”, creada en el 2000 por René Juárez Cisneros, ésta con menos recursos que incluye maestros comisionados que no rebasan los 175 en la entidad, paquetes de útiles escolares con libro, cuaderno, lápiz, sacapuntas y goma. En algunos casos el personal para renta de oficinas.
Muchas otras dependencias dicen en sus informes que alfabetizan, pero la verdad es que esta es una actividad con muchas limitaciones, mucho trabajo, y escasos resultados ante la magnitud del problema. Los datos del INEGI dicen que en el 2000 Guerrero tenía 397 463 analfabetas, y en el 2005 eran 386 679, para una variable de menos 9969, y de 1.7 por ciento menos.
Para este 2010 los datos redondos del IEEJAG dicen que del 2005 a la fecha sus alfabetizados son 12 mil y los de la Cruzada 22 mil, lo que significa que los datos del INEGI para este 2010 andarán alrededor de los 350 mil. A este ritmo, cinco mil alfabetizados anuales, Guerrero estará acabando con el analfabetismo en 70 años. Por ello la propuesta de una acción alfabetizadora de fondo resulta atractiva y necesaria.
Aguirre Rivero ha anunciado que para este propósito estará planteando suscribir acuerdos con la Universidad Autónoma de Guerrero, para que a través del servicio social se enfrente masivamente el problema. No suena mal modificando el esquema de atención para que exista certeza de la población atendida, de los resultados y de la acreditación de la tarea, para lo cual hay medidas viables.
La certeza puede venir de saber quiénes son los analfabetas, lo que puede lograrse levantando el padrón de los mismos, los resultados podrán verificarse si hay un equipo que de seguimiento y evaluación al trabajo encomendado a los alfabetizadores, y la acreditación tiene que someterse al escrutinio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la ciencia y la cultura.
El reto ahí está, se trata de poner a Guerrero en leer y escribir como nivel mínimo. Será una tarea descomunal, en la que se moverán miles de recursos humanos, materiales y económicos. En el continente solo están alfabetizados Cuba, Venezuela y Bolivia, y está en vías de lograrlo Nicaragua. Si lo planteado por Aguirre va en serio, Guerrero puede entrar a la clasificación de primer estado alfabetizado en México.
Vale la pena intentarlo, siempre será mejor que la máxima de Maricela Ruiz Massieu que dirigió algunos años el IEEJAG, quien decía que el analfabetismo en Guerrero se acabaría cuando mueran los analfabetas. En este lado se piensa diferente, tenemos que acabar con el analfabetismo como lo pensó Freire, como vía de liberación de los oprimidos, a quienes así han mantenido justamente para que los caciques mantengan su dominio sobre ellos.
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