sábado, 31 de julio de 2010

Sobre la literatura en Guerrero

¿Existe una literatura guerrerense? I
Citlali Guerrero
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¿Existe lo que podríamos llamar una literatura guerrerense? En el sentido de la tradición literaria, es decir, si existe una manera de escribir, del sentir, de las preocupaciones estéticas comunes, temas comunes de reflejar la realidad, como si lo hay en los países del este, donde todavía sus novelas están marcadas por lo que fue el socialismo y sus consecuencias o en la Europa de la posguerra, donde precisamente el tema común y constante es el holocausto con variación de estilos y escuelas literarias; o pensar que existe una literatura de Guerrero como las literaturas nacionales de cada uno de los países europeos que de una u otra forman reflejan los movimientos civiles que han vivido, ejemplo el franquismo en España, la caída del Muro del Berlín en Alemania, el exilio en Polonia, etc.
O como las literaturas más cercanas como la chilena, donde el tema constante son las consecuencias de la dictadura de Pinochet; la cubana, donde se aborda la situación política actual visto desde adentro y desde afuera; la colombiana con todas las manifestaciones posibles de la violencia. Una literatura así, de Guerrero, considero que no la hay, pero creo que tampoco la hay así de México, ni siquiera la Revolución mexicana fue capaz de convertirse en tema central de la literatura nacional.
Tal vez tenga algo razón José Ontiveros cuando pregunta si es necesario que las sociedades no tengan una vida de paz y apacible para que pueda surgir una literatura nacional que refleje la situación no pacífica.
Hablar de literaturas nacionales, incluso en países como Francia, Alemania, Inglaterra, Rusia, Argentina, Paraguay, México, España, es bastante complicado. Atrás quedaron las vanguardias literarias, los movimientos artísticos como el existencialismo, el modernismo, que generaron un cambio de sensibilidad manifestada a través de la renovación del lenguaje poético; hoy, a estas alturas es complicado hablar de literaturas nacionales, sobre todo porque en ningún país europeo y menos latinoamericano se avizoran condiciones para generar movimientos de arte y de literatura auténticos, el ascenso y la penetración actual que tiene la cultura popular de los Estados Unidos, ha ido ocupando el lugar de las literaturas y culturas nacionales de la mayoría de los países del mundo. Así la lírica popular, la prosa espontánea, el teatro musical son importaciones cuyo epicentro se halla en Nueva York o California. Si es complicado hablar de literaturas nacionales, mayor complicación es hablar de literaturas regionales.
¿Existe pues una literatura guerrerense? ¿O hay una literatura de Guerrero? No sé cuál podría ser la pregunta menos incómoda para tratar de entender el proceso literario por el que está pasando el estado de Guerrero.
La pregunta, considero, no es, si existe o no existe una literatura guerrerense o una literatura de Guerrero, la pregunta es ¿por qué en Guerrero no existe una tradición literaria?
Hace algunos años, Iván Ángel prefiguró algunas explicaciones posibles y aducía que el principal problema se centraba en quienes hacían la literatura de principios de siglo XX, enfocando su atención en los profesores rurales que proliferaron en las regiones del estado, tenemos a Rubén Mora, Juan García Jiménez, entre otros; y efectivamente, son profesores de comunidades rurales, con preocupaciones acordes a su entorno social, sin que jamás nunca hayan tenido en sus manos poemas de Baudelaire, Rimbaud, T.S. Eliot o Ezra Pound. La literatura que llegaba por aquel entonces era escasa y podría aventurarme porque no lo sé de cierto, que era mala literatura, tal vez lo mejor eran las novelas de Alejandro Dumas, esto lo sé porque mi abuela siempre hablaba del conde de Montecristo.
Pero si bien es cierto que esto pasaba con los profesores rurales de Guerrero, la pregunta es: ¿qué pasaba con la literatura en Acapulco? A mi entender, la apreciación de enfocar como causa principal del atraso literario en Guerrero a los profesores rurales, es hasta cierto punto relativo, porque regularmente el desarrollo de los estados y de los países siempre están circunscritos al desarrollo de su ciudad más importante, y Acapulco fue, ha sido y es el principal eje de desarrollo económico del estado, la más poblada, con lazos comerciales históricos con el Oriente, aquí se hacía la mayor recaudación de impuesto para España, hecho que concluyó a mediados del siglo XIX. Era y es una ciudad, digamos cosmopolita, y… entonces ¿por qué los pobladores de Acapulco no aprovecharon esta ventaja comercial con países asiáticos y europeos?, ¿acaso entre la mercancía que anualmente llegaba al puerto no venían libros?
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Publicado en La Jornada Guerrero, el 31 de julio de 2010.
Consultada en:
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II
¿Existe una literatura guerrerense? II
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Definitivamente, para entender el atraso literario en Guerrero debemos de tomar en cuenta el atraso cultural de Acapulco y superar el trauma.
Acapulco siempre ha sido una ciudad de paso. Inés Mombelli, en la participación que tuvo en el libro Acapulco la ruta del sol, que editó el ayuntamiento de Acapulco y que tuve la oportunidad de coordinar, es reveladora, al decir que Acapulco es una ciudad y puerto donde la riqueza simplemente pasa, por aquí pasaron los más grandes tesoros, las más finas joyas, telas, vinos, especias, los más finos animales de la época colonial, y de toda esa riqueza, nada se quedó en Acapulco. Mombelli cuenta que los nativos esperaban con ansia a que llegaran las naos, vivían y bebían como reyes los tres meses que duraba la feria entre enero y marzo, pululaba de gentío, de orgías, de libertinaje –digo yo–, y después la calma. Los nativos volvían a ser los poquitos que se quedaban en su aldea con la añoranza del retorno, y era tan fastidiosa la vida que, para no aburrirse, a parte de acostarse en la hamaca, los nativos husmeaban en las casas de los vecinos para tener entretención del día, o sea que ni por equivocación se quedaban con alguna revista, escrito, novela, algo parecido, nada, sólo conservaban algo para sobrevivir en los 9 meses restantes. La vida de los nativos acapulqueños era aburrida y no les gustaba la literatura.
Este origen de ser de la principal ciudad del estado finalmente trajo sus consecuencias fatales. Hoy, de nueva cuenta, los acapulqueños vemos pasar la riqueza, se construyeron los grandes hoteles, los grandes complejos turísticos, se vive de la temporada alta del turismo, igual que antaño, los nativos acapulqueños simplemente esperan que vengan muchos turistas para poder trabajar y vivir bien el tiempo que dure la temporada alta y después.
Los nativos se vuelven a poner tristes cuando los turistas se van, y en ese lapso que pasa entre una y otra temporada alta, los acapulqueños se la pasan quejándose, husmeando en la vida de otros, haciendo cosas que les permita vivir al día, y mientras, sigue el mismo círculo, la inercia de los grandes hoteles, donde la mayoría de sus gerentes son de fuera, como antaño, que los gobernantes del puerto eran de España o de la ciudad de México,
Muy pocos acapulqueños alcanzan un estatus económico aceptable y los que así lo hacen, nada saben de literatura. Los nativos actuales tampoco leen literatura, los que gobiernan a los acapulqueños no leen literatura, los dueños de los grandes complejos de Acapulco, supongo que sí leen literatura pero no están aquí, ni les preocupa la vida cotidiana de los porteños.
Además, a la apatía de los nativos, al casi nulo conocimiento de literatura de los profesores rurales, se les sumó otro parásito a la literatura en Guerrero: los versificadores allegados a la clase política gobernante desde mediados del silgo XX y que predominaron ocupando los escasos espacios públicos de difusión hasta principios de los noventas.
Recapitulo. Creo que este es el origen de la tragedia: Acapulco y sus nativos que no fueron capaces de interesarse en lo más mínimo por la cultura, la literatura, los profesores rurales que no se preocuparon por crear vínculos y conocer la literatura de afuera, los versificadores allegados al poder que todavía por aquí andan, y la clase política sin ningún tipo de apreciación artística y sin ninguna claridad de qué políticas culturales impulsar. En este mosaico sociocultural está el origen de la tragedia y, la historia siempre tiene sus consecuencias. Esa es la historia que nos enseñaron y es esta la continuidad histórica que estamos padeciendo.
Octavio Paz decía que toda tradición nace de una ruptura. Me parece que esta ruptura inició hace apenas 20 años, y qué son 20 años comparados con 400 años de tradición del nadismo, es decir, de que los nativos acapulqueños se la pasaran haciendo nada, sólo preocupados por tener recursos para vivir bien tres meses y padecer penurias los nueve restantes.
Esta ruptura de la tradición de la indolencia para no utilizar ignorancia, a mi entender, inició a principios de 1990, cuando coincidieron una serie de chavos en la Escuela Superior de Ciencias Sociales de la UAG, (hoy no tanto) que curiosamente no eran nativos acapulqueños sino avecindados: Jesús Bartolo, Óscar Basave y Citlali Guerrero, quienes a su vez coincidieron con Iván Ángel y Manuel Maciel, dirigidos por dos historiadores defeños: Humberto Aburto Parra y Gonzalo Pretelini, y bueno, ahí comenzó la historia reciente de la literatura en Guerrero, ampliándose el panorama con la llegada al puerto una década después de Jeremías Marquines, poeta tabasqueño (donde sí hay una tradición literaria importante) y de ahí el círculo de literatura se fue ampliando, teniendo nuevos respiraderos literarios.
Jeremías Marquines, con el entusiasmo del recién llegado, dio un taller de literatura y fue conociendo a Federico Vite, Edgar Pérez, Carlos F. Ortíz, Ulber Sánchez, Iris García, Ángel Carlos Sánchez, Paul Medrano, Antonio Salinas entre otros; y de allí viene toda esa generación que actualmente se dedica, de manera seria y constante, a la literatura. Una mención aparte merecen Roberto Ramírez Bravo y Judith Solís, quienes ya traían una formación literaria, pues ambos pasaron algún tiempo en la SOGEM.
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III y último
¿Existe una literatura guerrerense? III
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Sin embargo, y es una apreciación personal, este puñado de más o menos 20 personas que están escribiendo literatura en Guerrero, no hemos sido capaces de generar puentes generacionales, y quizá no es nuestra función, ni se tienen las herramientas y/o el tiempo disponible para hacerlo, pero considero que si seguimos en esa dinámica estaremos repitiendo la misma indolencia de generaciones pasadas: estaremos heredando nadismo literario a las generaciones por venir.
¿Cuáles serían los criterios para considerar una literatura de o en Guerrero?
Entre estas dos visiones de literatura en Guerrero, la formada por los profesores rurales y los versificadores allegados a la clase política, y la generación de los noventas, existen los escritores que generó la creación de la Universidad Autónoma de Guerrero, entre ellos José Gómez, Victoria Enríquez, Alejandra Cárdenas, entre otros, todos ellos con la experiencia de la llamada guerra sucia, la experiencia de los movimientos libertarios de los años 70’s, digamos más informados y enterados de los asuntos serios literarios, sin embargo, no fueron capaces de generar un relevo generacional, y no sé si podamos decir que hicieron una literatura de Guerrero porque toda su producción se concentró en impostar las maneras de escribir de los poetas de la conversacionalidad latinoamericana, tildados de panfletistas por la carga política y social de sus producciones.
¿Existen diferencias o similitudes de escuelas, estilos, temas comunes?
Pienso que sería un absurdo, por ejemplo, pretender que a 40 años de la guerra sucia en Guerrero, surja un literatura local preocupada por un hecho histórico del que no fuimos partícipes, a excepción del caso particular de Jesús Bartolo Bello, quien es una de las víctimas de esa época. Tal vez si existan elementos comunes que nos permitiera vislumbrar una literatura de Guerrero, es un tema pendiente que hay que investigar.
¿Es suficiente un puñado de no más de 20 escritores para decir que existe una literatura de Guerrero? ¿O también tendríamos que medir la cantidad de libros publicados al año en el estado, la cantidad de revistas especializadas de literatura, de suplementos, la cantidad de premios literarios, la cantidad de talleres literarios en las principales ciudades del estado, la cantidad de becas, intercambios, residencias, traducciones que se realizan en el estado?
Pienso que los escritores actuales de Guerrero, están cumpliendo con la producción artísticas, ganan premios literarios, han publicado fuera del estado, en revistas especializadas de literatura, algunos son referentes de la literatura joven del país, han obtenido estímulos, realizan eventos literarios, insisto están cumpliendo; no así las instituciones culturales de la entidad, que se encuentran rezagadas al no ofrecer y garantizar los bienes y servicios literarios, necesarios para apuntalar el desarrollo que tanto necesita Guerrero para salir de los últimos lugares en que se encuentra en relación con otros estados del país.
Ése es el gran reto. Soy de la idea que hay que entrarle, hay que tratar de terminar con la inercia de los nativos acapulqueños, con la indolencia de los versificadores allegados al poder; hay que ser capaces de exigirles a nuestras autoridades que cumplan con la función social de la literatura.
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jueves, 15 de julio de 2010

Sobre novela de Paul Medrano


Dos caminos: leerla y releerla
Roberto Carlos Rosas
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La novela Dos caminos, escrita por Paul Medrano (Tamaulipas, 1977), es un ejemplo de que la brevedad no está peleada con el contenido. Construida con contundencia en su relato, imágenes y lenguaje, es la apuesta de la literatura guerrerense en el género negro.
Nacido en uno de los estados más castigados por el narcotráfico, y criado en otro en donde este flagelo social sienta sus reales, el autor narra la historia de Miranda y Dakota, un narcotraficante de los viejos –en una actividad en la que no es frecuente hallar líderes que rebasen los 40 años– y su enamorada, cuyos caminos se cruzan cuando ella está en uno de los peores momentos de su vida y él busca el retiro.
Bien se dice que cuando uno se mete al tráfico de sustancias prohibidas es para nunca más salir, excepto a la cárcel o al panteón. Miranda quiere romper con esta premisa. Quiere que haya más de dos caminos.
Fiel a sus héroes literarios, que prefieren decir mucho con poco, Medrano cuenta la historia con la velocidad de las balas. Sus párrafos zumban con la misma peligrosidad. No por nada esta novela fue finalista en el reality Caza de letras, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México, y ahora ve la luz en una edición de Punto de partida.
Con su texto, a veces con el estilo del guión de cine, otras reportaje periodístico, con insertos crípticos y poéticos, pero definitivamente, siempre literatura, Medrano nos lleva por las carreteras del país a bordo del Charger de Miranda, que sería parecido a viajar montados en la carroza metálica de Dios.
La suntuosidad con la que viven las personas dedicadas al narco es parte de la cultura que se ha generado en torno al fenómeno. En Dos Caminos esto es esencial para describir a personajes como La Muñeca, cuya capacidad de violencia sólo es equiparable a la deliciosa gastronomía que acostumbra engullir, su generosa bestialidad e impecable vestimenta. Es como un dandy infernal, mezcla de la elegancia de Mauricio Garcés y la brutalidad de Tony Scarface Montana.
En la obra se describe con soltura cómo se ramifica el poder del narcotráfico hacia áreas que aparentemente le son contrarias, como el gobierno, la política, el Ejército y la policía, a la vez que encuentra medios para crear un mito de sí mismo, con la parafernalia propia de la actividad, como las camionetas de lujo y los sombreros. Se dice en el libro, y se verifica en la realidad, cómo ahora vemos un vehículo caro y nos hacemos a un lado; cedemos el paso con precaución porque a bordo quizás vaya algún sicario de los nuevos: más jóvenes, violentos y atroces, decididos a morir por algo que vivir por nada.
Las duras negociaciones entre cárteles, cómo se dan las luchas por su restructuración, las venganzas, los ajustes de cuentas, salpican de sangre las páginas de Dos Caminos. Definitivamente, no es una lectura apta para estómagos débiles, pero esto no apaga su buen trato del tema, que dicho sea de paso, no admite florituras.
Sin embargo, será fácil para los lectores encontrar en Dos Caminos episodios ocurridos en nuestro estado del tan incesante como inútil “combate al narcotráfico”, difundidos ampliamente en todos los medios. Pero también será sencillo identificarse con el ánimo de Miranda, con sus pasiones, su necesidad de estar consigo mismo y amar. Sí, hasta la peor persona es capaz de amar. Aunque su novia sea la muerte.
Dos Caminos se presenta hoy jueves en de las actividades del Tercer Encuentro de Jóvenes Escritores –que se desarrollará en Acapulco hasta el sábado 17– a las 8 de la noche en la Casona de Juárez.
A todo esto… Pinche Miranda, ¿quién quiere morir de viejo? n
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miércoles, 14 de julio de 2010

Sobre escritores guerrerenses

Enésimo censo de escritores guerrerenses
Paul Medrano
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Publicado en "La Insignia". México, diciembre del 2007.
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Hablar sobre literatura "nueva" es como perseguir cangrejos por la playa: cuando vas a agarrar uno, desaparece con la ola y quedan docenas de crustáceos diferentes por atrapar. Sucede igual con los escritores; más tarda en prepararse una compilación de nuevos autores, que en surgir otra camada de jóvenes con aspiraciones.
Aún es más complicado si se trata de hablar sobre literatura guerrerense, porque a diferencia de otros Estados de México, no tiene ni un escritor de tradición nacional (aunque algunos invocan la figura politizada de Ignacio Manuel Altamirano y a un alucinado y desarraigado José Agustín). Esta circunstancia lleva a los nuevos creadores a adoptar estilos, corrientes y temas generalmente ajenos a su entorno regional.
En su ensayo Las edades de la poesía, el poeta tabasqueño Jeremías Marquines afirma: "La literatura que hasta hace algunos años dominaba en Guerrero es costumbrista y anárquica. Construida la mayoría de las veces con base a una vaga idea de lo que se cree debe ser la literatura; sus modelos fueron los moldes modernistas de la primera mitad del siglo XX y rezagos del romanticismo". Entre tanto tanto, Iván Ángel Chávez, en sus Apuntes sobre la literatura de Guerrero, asegura que ésta "tiene su origen en una inusual y prolongada ruralidad arcaica a causa del cerco tendido por el atraso, pues mientras nuestros escritores locales buscaban refugio en las antiguas fórmulas de la lírica y la narrativa, en el país y el mundo desde los años 20 y 30 ya se escribía de otro modo". Chávez considera que este confinamiento hizo que la literatura estatal quedara al margen de cualquier desarrollo nacional y concibiera una impresionante inmovilidad literaria que abarca un siglo.
Ahora bien, tendría que aclararse si será literato guerrerense quien haya tenido su primer resuello en estas tierras o quien se haya formado en tan peliaguda región del país. Porque si a eso vamos, Julián Herbert podría ser el escritor novel con más futuro. Su libro Cocaína (manual de usuario), ganador del premio nacional de cuento Juan José Arreola, le ha volado los sesos a miles de lectores mexicanos y, literalmente picando piedra, se ha abierto paso en tierras europeas. Nacido en Acapulco en 1971, Herbert es un narrador potente que lo mismo escribe novela (Un mundo infiel) como poesía (En nombre de esta casa), y que ha sido reconocido con premios como el Gilberto Owen. El pero es que Herbert sólo nació en el bellopuerto, aunque toda su vida la ha hecho en Saltillo (Coahuila).
Caso contrario es Federico Vite. Nacido en Tlaxcala, creció en Acapulco donde formó su carrera literaria metido en redacciones de periódicos y revistas locales. Desde el puerto ganó varios concursos de talla nacional y finalmente la Fundación para las Letras Mexicanas lo becó para escribir una novela, Fisuras en el continente literario, la cual es inconseguible a pesar de que fue editada por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Versiones extraoficiales afirman que toda la edición fue comprada por una vaca sagrada de la vida cultural en el país, quien se ofendió de que Vite mostrara en su novela a un Octavio Paz como víctima de un secuestro.
No obstante, hay voces literarias que han promovido su obra en círculos más underground, pero no por ello con menos calidad. El atoyaquense Jesús Bartolo. El poeta errante Ángel Carlos Sánchez. El cuajinicuilapeño Eduardo Añorve Zapata. El calentano Noé Blancas. Los acapulqueños Citlali Guerrero y Roberto Ramírez Bravo, así como los chilpancingueños más chilangos: Carlos F. Ortiz y Erik Escobedo.
Aunque Rainer María Rilke afirmaba que la madurez literaria llega después de los 35 años, en tierras guerrerenses hay escribanos menores de 28 años que empiezan a tener cierto prestigio en el espinoso camino de las letras. Se puede mencionar al chilpancingueño Ulber Sánchez, al acapulqueño Antonio Salinas, al teloloapanense Salvador Calva y al escritor queer Gabriel Brito. Quizás por eso, Marquines considera que "a pesar de todo, veo una nueva generación de escritores más dinámica, más interesada en abordar la experiencia del lenguaje que en cantar las experiencias de la vida. Una generación más crítica poéticamente, menos autocomplaciente, con mayor resolución en cuanto a la trascendencia de lo escrito, y con la absoluta claridad de que la literatura es un no sé, qué sirve para no sé qué rayos".
Casi al acabar este texto descubro que, a sus 19 años, Zel Cabrera, de Iguala, escribe: "Que estoy sola y tu lejos/ que atrapo las mariposas de tus besos/ cuando transito con la tristeza de mis pasos muertos/ en el terreno de la nostalgia y el miedo". Carlos Pellicer aseguraba que de los 12 hasta los 25 años cualquiera puede escribir poemas, pero que de esa edad en adelante, la poesía sólo la escriben los poetas. Tal vez lo de Cabrera no sea brillante, pero quizá se trate de los nuevos cangrejos que llegan con una nueva ola.
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Consultado en:
http://www.lainsignia.org/2007/diciembre/cul_008.htm

Una nota sobre la poesía guerrerense

La poesía en Guerrero, consideraciones inevitables
Eduardo Añorve Zapata
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No creo que exista una poesía guerrerense. Ni siquiera que exista un grupo o un mo-vimiento guerrerense haciendo poesía, un movi-miento estético o artístico; cuando menos, no conscientemente. Lo que caracteriza a la poesía que está haciéndose en Guerrero, aparte de que cada poeta crea en solitario, como sujeto y objeto líricos, son sus dos vertientes: la conservadora, heredera más que del romanticismo europeo, del moder-nismo nuestro, y la de ruptura, reciente, que data de principios de los ochenta y se carac-teriza por una actitud crítica y de rechazo ante la primera y ante todo lo que huela a estructuras métricas y fonéticas (incluso sin conocerlas). Me refiero únicamente a la poesía visible, la que se publica, no a la desconocida; por tanto, mis juicios son limi-tados, pues se remiten únicamente a ella. He de referirme, además, a la poesía hecha por quienes viven en el estado, sin importar su origen, aunque de vez en cuando salgan a ver mundo o a darse otros aires.
El gran cuerpo de la poesía que se hace en Guerrero es de corte tradicional y deforme, unificado tal vez por un cierto sentimentalismo llorón que me repugna y una obsesión por describir paisajes cuasi bucólicos. Antes de continuar, establezco un principio: no he de referirme a cuestión de gustos ni acogerme a más definición que la extensa: poesía es todo discurso o texto escrito que se pretenda que lo sea, con independencia de la obra conseguida y de la poética que la sustente, con independencia incluso de los recursos y argucias literarias utilizadas. Parto de una idea: se escribe porque se escribe, y ya; lo demás es superfluo, incluidas mis repugnancias. Transcribo algunas palabras de Calixta Brand, con permiso de Fuentes, sobre el tema: La literatura es testigo de sí misma. Todo puede ser objeto de la escritura, porque todo puede ser objeto de la imaginación. Pero sólo cuando es fiel a sí misma la literatura logra comunicar. Es decir, une su propia imaginación a la del lector. A veces eso toma mucho tiempo. A veces es inmediato. Hasta aquí la Brand. Unirse la imaginación del poeta con la del lector.
En contrapartida y en franca contradicción, la poesía de ruptura en Guerrero tiene cuerpo pequeño, es enana y contrahecha, carece de armonía en sus irregulares partes. Anoto algunos nombres que la componen, según preferencia propia, claro está, y con omisiones deliberadas: Noé Blancas, Jeremías Marquines, Carlos F. Ortiz, Ulber Sánchez, Bartolo Bello, Víctor Trigo y Erik Escobedo. Anoto los nombres que conozco y cuyas poesías he leído de vez en cuando. Todos ellos comparten dos actitudes: la ruptura con la poética tradicional, heredera y remedona del peor modernismo –mexicano, ni siquiera de América– y la consciencia de esa ruptura, que los lleva a una búsqueda por no parecerse a nadie, aunque no se deje de imitar a algún poeta admirado, de manera auténtica y honesta. La diferencia entre ellos la han hecho las horas nalga, el tiempo invertido en estar frente a un texto, para leer a los más distintos poetas –incluidos los cuates y los enemigos–, y en estar frente a una hoja en blanco para hacerla parir las suficientes palabras, y a veces excesivas, del poema. Y esta actitud frente al texto o a la hoja en blanco habrá sido aderezada con talento, el cual enseña que una de las características de la crítica es saber remendar, borrar, tachar o corregir y hasta bordar con punto de cruz, como cada quien estile. Iba a escribir que también los diferencia de los tradicionales el uso de la palabra poesía aplicada al género y no al poema, como estilan los iconocastrados, pero no estoy seguro de que ocurra así. En fin.
Hay casos ambiguos, de entes anfibios, quienes, como Isaías Alanís, tienen un pie en cada zona y escriben atendiendo a ambas al mismo tiempo; por ello, su poesía aparece como desproporcionada u oportunista al no conseguir equilibrar ambas antípodas. Bien, nadie puede estar bien con Dios y con el Diablo a un tiempo.
Lo auténtico para cada lector es distinto; por ello, en un estado de malos o escasos lectores de poesía, la poesía tradicional tiene un gran arraigo, sobre todo porque suele declamarse, lo que acrecienta su capacidad para involucrar al escucha a través de las formas rítmicas, y sus imágenes y sus recursos son de sobra conocidos, pues se basan en tópicos muy viejos, lo que les permite hacer eco en la sensibilidad del lector: unirse la imaginación del poeta con la del lector, casi de manera inmediata, de ahí su éxito.
En contraste, la poesía de ruptura en Guerrero es escasa y también lo son sus lectores, es, incluso, marginal. No sólo porque apela a estratos de la sensibilidad y la ima-ginación más inusuales, exigiendo mayor concentración, esfuerzo y participación del lector, sino porque se publica también escasamente, en medios de comunicación y circulación casi clandestinos o reservados a grupos muy reducidos, casi de amigos.
En suma, no solamente no puede hablarse de poesía guerrerense, sino que los poetas rupturistas, quienes arriesgan y posiblemente estén contribuyendo a que algún día pueda hablarse de ella, no conforman siquiera un grupo literario o estético, tal vez ni siquiera una comunidad. Lo alentador es que existen, a pesar de ellos mismos.
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